Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Palabras frente al muro

LA solidaridad, la libertad, la justicia o la igualdad de oportunidades siguen siendo aspiraciones perfectamente legítimas veinte años después de la caída del Muro de Berlín, no porque sean valores imperecederos sino porque la insolidaridad, la dependencia y, en general, la arbitrariedad y el abuso no han sido remediados. En estas dos décadas de democracia liberal no ha ocurrido ningún acontecimiento excepcional que haya menguado la injusticia social. Tampoco el trato dispensado por los países ricos a del Tercer Mundo ha cambiado de manera determinante. Al contrario, el capitalismo salvaje que encabezó el viejo Bush se ha mostrado año a año todavía más depredador hasta llegar al desastroso colofón de la gran quiebra mundial cuyas consecuencias todos estamos pagando, incluidos los que no sacaron provecho de la codicia general que durante unos años asoló a las naciones occidentales.

Después del Telón de Acero muchas naciones del Este recobraron las libertades, se integraron en la Europa unidad o, en ciertos casos, aún sigue luchando con los viejos demonios que las atan al pasado. El derrumbamiento del Muro supuso el fin de las dictaduras del Este y la caída del comunismo soviético que tantas víctimas se cobró a lo largo del siglo pasado, pero ha dejado intactos muchos problemas del pasado. El Muro abrió las puertas a la democracia pero no garantizó los beneficios sociales. Más bien ocurrió al revés. El sistema vencedor impuso su ley con una resolución brutal y no se preocupó de la podredumbre que iba soltando a su paso, como esos coches veloces y caros que dejan un rastro venenoso de humo y ruido.

No fue la caída del Muro, como algunos interpretan ahora con una efusión equívoca, la victoria de los principios de la derecha política sobre los de la izquierda sino de las democracias sobre las dictaduras. Y con el señuelo de la libertad se declaró el liberalismo (o el libertinaje, como dicen los moralistas) de los mercados que no sólo no ha hecho nada por reducir las diferencias entre pobres y ricos sino que las ha agravado. La nueva reestructuración internacional que vino tras el fin de la guerra fría y la desaparición de los regímenes comunistas no ha sido una bendición. Ayer en Berlín, en la Puerta de Brandeburgo, con motivo de la fiesta de los veinte años, fue derribado un muro simbólico, una muralla alegórica que era todos los muros de la vergüenza, los caídos y los que aún nos quedan por derribar para proclamar sin ambages el triunfo de la dignidad sobre la vileza.

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