Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Panaceas

ALEGAN los fabricantes o embotelladores de zumo de que el costoso brebaje (un litro, treinta y cinco euros en el mercado nacional o cincuenta dólares en el americano) había superado todos los controles sanitarios, tanto en Tahití como en el país distribuidor de las botellas, sea el que sea, que no está claro. Quizá, en efecto, los controles garantizan que nadie pueda morir con un par de tragos de non, salvo el panadero de Ogíjares, claro, que falleció fulminado el domingo pasado después de tomar su dosis matutina. Si el zumo estaba en mal estado, le provocó una reacción alérgica mortal o interactuó con algún otro medicamento (estaba en tratamiento por leucemia) son hipótesis cuya virtualidad confirmarán o no los análisis del Instituto de Toxicología.

Pero lo que le lleva a una persona -enferma o sana- a beber noni, o cualquier otro de esos raros estimulantes que se venden con la misma reserva o pudor que se usa para intercambiar noticias sobre ovnis o aparecidos, no es la seguridad de que su ingesta no quebrante la salud, sino la inmensa panoplia de beneficios que prometen. Beneficios de todas clases. Los del noni son, sin ir más lejos, abrumadores: regulador de la glucosa, apaciguador de fiebres y de infecciones de la piel , antibacteriano, antiinflamatorio, analgésico, hipotensivo, antihistamínico, reparador de lesiones cardiacas e inhibidor de la "función precancerosa y del crecimiento de tumores cancerosos". Y por supuesto también es ideal para apaciguar los efectos de la quimioterapia, normalizar las proteínas cerebrales, despejar las congestiones y sofocar las quemaduras extremas. El único efecto que, para mi gusto, chirría un poco es que además mate las lombrices intestinales. Y no sigo copiando las ventajas del dichoso zumo tropical porque necesitaría un par de columnas, con su fuste salomónico y todo.

Y es esta larga lista de virtudes curativas lo que los fabricantes del concentrado eluden comprobar en origen. Demasiado hacemos, repondrán, con asegurar que la panacea no es mortal o no produce efectos desagradables sobre el organismo. Sería injusto culpar a los fabricantes de jugo de noni de ser los únicos que venden ilusiones en estado líquido. El mercado, el aparente o el virtual, está lleno de productos que se vanaglorian de producir provechos semejantes. Lo extraordinario es que no mienten del todo, pues el éxito de las curaciones milagrosas se deben, a partes iguales, a la habilidad del hechicero y a la credulidad de la víctima.

Y la credulidad no siempre es sinónimo de ingenuidad, sino un efecto colindante de la enfermedad, la angustia o la soledad. Es la impotencia y la decepción lo que nos convierte en víctimas propicias de los charlatanes y los predicadores.

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