Cambio de sentido

Panchito de mierda

Sin la espectacularidad del vídeo no hubiera trascendido la agresión racista en el metro de Madrid

Congelo la imagen antes de que la imagen me congele el corazón. "Panchito de mierda", le dice una adolescente a un hombre que es como los hombres que en Quito me enseñaron a cantar el Cholo soy. Agreden las palabras, también el berrido y la cara desencajada con la que las suelta, como un esputo, como el salivajo que acaba de escupirle en el pantalón. Me detengo en los movimientos, en cada expresión: los cuerpos hablan. Momentos antes, otra de las chicas humilla al ecuatoriano. Reconozco en ella un gesto que he visto antes en la pose power y malota de algunas cantantes recauchutadas, referentes de adolescentes, que confunden poderío con agresividad, valor con precio, rebeldía con la humillación de toda la vida y feminismo con radicalmente todo lo contrario. Ello sucede cada día ante nuestras narices acríticas. En la fuerza de las palabras de estas chicas hallo el fracaso de mi sociedad, que en los últimos tiempos presta altavoz a discursos racistas y xenófobos que hasta ahora no trascendían más allá de la barra de las licorerías. No me tengan por puritana ni ofendidita: lo que hemos podido contemplar en ese vídeo es una agresión en toda regla, una humillación, el abuso que ejerce alguien contra alguien. Una muestra -otra más en este mundo donde sobreabundan- de psicopatía integrada. Ante ello, no transijo.

Una mujer graba con su móvil la escena. Nada de esto hubiera trascendido -como no trasciende el terror de la que no denuncia por causa del terror mismo, ni tantos escupitajos sobre la piel del otro, o como prescribe el horror del niño en las manos del pedófilo- si no llega a ser porque hay imágenes del momento. Y esto no lo canto como victoria, lo señalo como otra derrota. Sin el imperio de imágenes espectaculares, viralizadas, nadie hubiera dado crédito al suceso, o al menos jamás con este calado. Cunde el vídeo por las redes, y la reacción de muchos es más psicopática aún -que ya es decir- que la de estas muchachas aturdidas y desgraciadas. Ellas descargan su exceso de rabia contra un hombre que no lo merece; gente de todos los colores políticos descargan en las redes asimismo su plus de odio contra estas menores y contra todo lo que, al entender de cada cual, representan. Tampoco ellas son dignas de odio sino de compasión. Cada cual indague en el origen de la frustración que se transforma en violencia. Yo me quedo, entre tanto, sobrecogida ante la paz andina del hombre al que escupen y llaman "panchito de mierda".

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