CUANDO veo las fotos de las inmensas colas de parados ante las oficinas del INEM -doblemente parados: sin trabajo y quietos- recuerdo otra acepción del término "pararse", la que existe en Hispanoamérica (y según el diccionario, también en Murcia): "Pararse" allá no significa quedarse quieto, sino "alzarse", "estar de pie", etcétera. Por ejemplo, si un perro "para sus orejas" es que las levanta como avizorando un peligro.

Lo único bueno que ha traído esta crisis es que ha dejado toda la farsa al descubierto. Y por mucho que sospecháramos nunca imaginábamos un juego tan sucio. Los banqueros todavía sonríen o fruncen el ceño, según, ante las peticiones del Gobierno. La lógica bancaria es tozuda: se presta para ganar. Ahora que el mercado anda por los suelos ¿cómo van a prestar? ¿Qué importa si el Estado les ha tapado sus inmensos agujeros de porquería crediticia en vez de responder ellos con sus inmensos bienes? Lógico: responder ellos personalmente de su mala gestión, primero, luego ya se vería qué hacer. Pero las colas del paro no son para los banqueros. Y el dinero de los bancos no es más que "nuestro dinero".

Así que los banqueros pueden aún sonreír, mientras estamos en sus manos, y los empresarios pedir como "solución" que se abarate aún más el despido, como si tuvieran alguna cortapisa para ejercerlo. Pero las colas ante las oficinas del INEM crecen y crecen. Y ya no sólo las empresas, sino también las familias se declaran en quiebra. Los hijos se quedan sin trabajo, sus bolsillos y neveras se quedan vacías, entonces vuelven al refugio familiar, donde el espacio y el pan se achica, se ajusta hasta no sabemos cuándo.

Lo malo de esta acumulación de noticias desastrosas con que se nos bombardea continuamente es que existe el riesgo de que nos acostumbremos. ¿llegaremos pronto a no ver las sombrías colas? No podemos banalizar eso sino atrevernos a sentir un decisivo estremecimiento: ¿qué está ocurriendo en nuestras vidas, en nuestro mundo diario? La prensa y la televisión echan la culpa a Zapatero, lo mismo que la oposición, y no deja de aparecer cada día algún chiste sobre el paro. Evidentemente no se puede detener una crisis internacional, pero aquí debemos pensar en nuestra propia crisis, con sus peculiaridades, que las tiene, y a nivel interior encontrar la manera de mitigarla. Sé que no hay una panacea milagrosa.

Pero cuando paso por delante de un gran Banco me ocurre como a los perros de las novelas hispanoamericanas: se "me paran las orejas", como avizorando el peligro.

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