Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

Parias y funcionarios

¡Esto huele a papela! Y a algunos los sorprenderán en la inagotable batalla interna!

Junta y sindicatos han acordado mejorar la existencia de los empleados públicos. Trabajarán 35 horas. Incrementarán sus sueldos. Serán ayudados por 8.326 nuevos contratados. Dispondrán pronto de veinte semanas de maternidad o paternidad. ¡Maravilloso! Que suden los robots, que discurra la inteligencia artificial, que gocen las personas. Fue lo primero que me vino a la cabeza al conocer la noticia. Pero, al contemplar las imágenes que la acompañaban (la alegre unanimidad, la sonrisa de Susana Díaz, los sindicalistas firmando aplicados), no pude evitar la sensación de asistir al acto previo a una campaña electoral. ¡Esto huele a papela! Y a algunos los sorprenderán en la inagotable batalla interna!

Pensé más. Pensé que los sindicatos verán reducido su menguado prestigio si no tratan de exportar las medidas al sector privado. Pensé que 35 horas supone la mitad de lo que bregan, a razón de once horas durante seis días a la semana, cientos de miles de españoles según el último informe que leí de Caritas. Pensé que el problema no es el número de funcionarios (proporcionalmente menor que en muchos países punteros de Europa), sino las instituciones innecesarias, la duplicidad de funciones, el gasto en la administración paralela, la ineficacia y el dispendio. Pensé en el centón de empleados públicos (no todos, por supuesto) despreocupados por la suerte ajena, dispuestos a votar a partidos que ejercen de capataces del postcapitalismo más salvaje. Pensé en los morlocks, afanados y sucios de sol en la disputa por un plato de sopa. Pensé en los autónomos, esos emprendedores que ejercen de siervos de sí mismos. Pensé en los méndigos domesticados por las míseras subvenciones, entre los que abundan cincuentones que desarrollaron carreras brillantes y aprobaron una oposición diaria durante décadas hasta que la vida los arrojó a la cuneta.

Pensé también que el mismo sistema que, aparentemente, se desvive por garantizar la libertad del astronauta transexual disléxico está condenando a la semiesclavitud económica a millones de seres y ha desestructurado la cohesión social como los cocineros nitrogenados han deconstruido la tortilla de patatas. Pensé que se está generando una atomización social, una antipatía, una animadversión, un choque de clases horizontal entre quienes viven sin riesgo y aquellos que habitan en la desesperación o la incertidumbre absoluta. Los mismos que no tuvieron el consejo de un familiar, la ayuda de un carné o las luces suficientes para descubrir que en 2020 sólo los trabajadores públicos (y algunos afortunados más) podrían llevar una vida digna y hasta irse diez días de vacaciones a una playa remota. Eso también es voto cautivo.

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