Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Paro en educación

AYER fui a llevar a mi hijo al colegio y me explicaron que hoy las clases empezarían una hora más tarde a causa de la protesta de los profesores contra el adelanto del curso decretado por la Consejería de Educación. El paro cuenta con el respaldo de los sindicatos mayoritarios. Por fortuna, la protesta dura sólo una hora y los niños permanecerán mientras tanto en el patio, lo que nos ahorrará a los familiares encargados de acompañar a los retoños recurrir a la vez a licencias laborales o a los socorridos vecinos o abuelos.

Como padre tengo una opinión formada sobre la controvertida iniciativa de la Consejería de Educación. A riesgo de pasar por egoísta no me parece nada mal que el curso comience el 7 de septiembre en vez del 15. El ligero aumento del periodo lectivo, que equipara la comunidad andaluza a otras del país, no es desde luego la panacea para solventar los viejos déficits del sistema educativo. Es más, tampoco creo que los cinco días de más se noten en el balance, como tampoco se notarán los de menos, por ejemplo los que ocupan el gigantesco puente del 28-F.

Sin embargo, la medida es interesante. El par de semanas vacías e improductivas para los escolares que median entre el final de las vacaciones de verano y la entrada en el colegio forman uno de esos desiertos incomprensibles de carácter burocrático que salpican las agendas de los servicios públicos como una tradición inamovible.

El adelanto en sí es insuficiente, pero tampoco sobra. Comparto con los sindicatos que la medida debería ir acompañada de otras para mejorar la educación pública, pero no entiendo por qué han vinculado la necesidad perentoria de tales mejoras (que es antigua) con la protesta contra el calendario escolar. Las opiniones contrarias que suscitó el anticipo del curso me parecieron muy fragmentarias y en ciertos casos mezclaban indebidamente la resistencia a perder derechos laborales adquiridos con razones aceptables de orden pedagógico. Entiendo los argumentos de los docentes, pero como padre no los comparto respecto al inicio del curso.

Las contundentes respuestas que he oído o leído contra la iniciativa son indicadoras de un inmovilismo preocupante. Si algo necesita el sistema educativo es el dinamismo y la flexibilidad suficientes para acabar con los múltiples agujeros y vicios que arrastra. Son muchas las innovaciones necesarias para que la educación pública mejore y bastante la cintura para adaptarse a ellas. La variación de calendario es, bien mirado, casi una anécdota. Por eso es preocupante que un mero ajuste de fechas provoque reacciones tan heterogéneas y encendidas.

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