Partidos fragmentados

Ahora todos tienen al enemigo en casa. Cada partido viene a ser como dos partidos; algunos incluso tres

Las encuestas del CIS de Tezanos ya no se las cree nadie. Siempre sale Pedro Sánchez en torno al 30% de los votos y los demás muy lejos. En las elecciones andaluzas se equivocaron rotundamente, no intuyeron lo que ocurriría. Sin embargo, hay un hecho que complica las encuestas y ha convertido la política en una caja de sorpresas: los partidos se han fragmentado. Ahora todos tienen al enemigo en casa. Cada partido viene a ser como dos partidos; algunos incluso tres. Es un campo de batalla de lucha abierta. En las elecciones municipales, el carisma de los candidatos puede ser determinante.

El PSOE es un claro ejemplo de la fragmentación. Tiene dos sectores: el de Pedro Sánchez y el del posfelipismo y los barones del sur, que Susana Díaz lideraba antes del 2 de diciembre. Pedro Sánchez basó su estrategia en pactar con Podemos y seducir también al independentismo catalán y al nacionalismo vasco. Por el contrario, Susana (que pactó con Ciudadanos en Andalucía), así como Guerra y otros notables, prefieren un PSOE más moderado.

Podemos e IU son una maraña de corrientes, confluencias, mareas, grupos, amigos y colegas. En IU ha dicho adiós un líder histórico, Gaspar Llamazares, que estaba harto de la sumisión de Garzón a Iglesias. Pero en Podemos no sólo hay una división entre Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, sino que también están los Anticapitalistas y otras corrientes, además de las mareas y grupos locales. Se unen para las elecciones, pero se desunen el resto del año.

En el otro bloque pasa igual. En Ciudadanos ya afloran las rencillas internas y conflictos para las listas municipales. Además, los pactos con Vox tienen partidarios y detractores. Buscan independientes, pero mantienen una férrea estructura de control. También hay ajetreo en el PP, donde se debaten entre derechizarse para frenar a Vox o centrarse para que no se les escapen más votos a Ciudadanos y les den el sorpasso que les convertiría en segundo plato para gobernar. En Andalucía lo evitaron, pero Pablo Casado vive en el alambre, con Aznar tendiendo la red y con los centristas esperando a ver qué pasa.

Y queda Vox, que se beneficia, pero que afronta un problema grave: le falta un líder fuerte y tiene una estructura dispersa, más propicia a la ocurrencia que a un ideario coherente, y con riesgo de ser más extremistas. Todos los partidos están en el momento acordeón: se pueden expandir o contraer hasta lo insignificante.

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