La chauna

José Torrente

torrente.j@gmail.com

Partitocracia

Las listas cerradas son esa otra rémora, esa prerrogativa, con la que el 'apparatchik' impone su poder

A los partidos políticos españoles hay que darles una mano de transparencia y pintura que no los reconozca ni la democracia que los parió. Tanto los grupos internos de whatsapp como los moldeables círculos, los Ere, los cursillos de formación, las filesas, tres per cent o la Gürtel que los financian, han descubierto las rendijas por las que se cuela su credibilidad. La otra rémora son las listas cerradas, esa prerrogativa con la que el apparatchik impone su poder.

La representación política institucional debería recaer sobre quien se haga directamente responsable ante los electores. Es injusto cargar sobre espaldas inocentes comportamientos vergonzantes que generan otros. El puerta a puerta, pero de verdad, sería acabar con esos políticos prescindibles que refugian su nadería en la responsabilidad difusa de las organizaciones electorales. Es un dispendio de confianza no tener responsables individualmente vistos, sino difuminados en el conjunto, usurpadores deshonestos que usan el partido como coto de caza; buscavidas camuflados con el color del momento que hacen de su sibilina figuración el seguro que compense su indolencia.

Debería ser el cuerpo electoral del distrito propio quien examinara individualmente a sus representantes mediante el sufragio, y sustituir a los aparatos de los partidos que premian lealtades y agradecen silencios. Abrir listas para acabar con los cotos cerrados. Escoger a quien más convenza por su cercanía y valía, no porque lo imponga un aparato. Votar a quien haya hecho un trabajo plausible para el colectivo, no sólo un eficaz lobby entre dirigentes de su partido.

Si fuéramos los electores y no los partidos los que pusiéramos el orden en las listas electorales, daríamos un paso fundamental para acabar con el poder extra de sus dirigentes. Si ellos siguen haciendo las listas seguirán de aspirantes quienes usen su tiempo más en agradar al líder de su partido, que en atender la necesidad de su circunscripción electoral; en ser más político militante que político representante. Parece llegada la hora de reformar nuestra ley electoral y que, sin atajos, la democracia sustituya a la partitocracia. Ya va siendo hora.

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