Parvulario

¿Qué pasaría si el país real en el que vivimos se pareciera a ese Parlamento gritón y maleducado que vimos?

Me pregunto qué pasaría si el país real en el que vivimos se pareciera al Parlamento, al menos a ese Parlamento gritón y maleducado y tramposo que vimos durante el debate de investidura. Yo vi una parte del debate en el hospital donde mi madre se recupera de una reciente operación de cadera. En el hospital todo funcionaba a la perfección: "¿Qué quieres, cariño?", le preguntaban las enfermeras a mi madre, "¿Quieres que te lleve al baño, reina?", le decían las auxiliares, y todo discurría de un modo alegre y ordenado, con buen humor, eficacia y afecto. Pero de pronto volvíamos a fijar la vista en la pantalla del televisor y todo se volvía hosco, malencarado y mentiroso. En vez de palabras, sólo parecían oírse gruñidos. En vez de ideas, sólo aparecían gritos y consignas y mentiras.

"¿Nos merecemos esto?", exclamó de repente la señora que compartía la habitación con mi madre. Era una mujer que había perdido a su hija hacía muchos años a consecuencia de un accidente de moto y que ahora vivía sola porque se había quedado viuda y no tenía familia, pero en vez de haberse vuelto huraña y desconfiada, aquella mujer seguía manteniendo una extraña conformidad con la vida. "¿Nos merecemos esto?", volvió a preguntar la mujer, ensimismada en sus pastillas después de haber visto un rato del debate. La verdad es que no supe qué contestarle. ¿Nos merecíamos aquel espectáculo? En un principio pensé que sí, porque la clase política es un reflejo de la sociedad de la que ha surgido, y si aquellos monigotes gritones y tramposos del Congreso estaban allí era porque los habíamos votado nosotros. Pero al mismo tiempo no pude evitar volver a mirar todo lo que teníamos a nuestro alrededor: las palabras afectuosas de las enfermeras y del personal sanitario, la rutina perfecta con que trascurría la vida de los enfermos, las sesiones de rehabilitación, las visitas de los médicos, la tecnología, el confort, la limpieza. ¿Nos merecíamos el espectáculo del Congreso? ¿Había alguna correlación entre los gritos y el pésimo teatro de los políticos y la maravillosa coreografía de eficacia y afecto que tenía lugar a nuestro alrededor?

Y entonces, mientras yo seguía buscando una respuesta, la señora de al lado levantó la vista hacia la pantalla y exclamó: "Señores, esto es un parvulario, esto es una vergüenza". Y sí, tuve que darle la razón.

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