Paseos pandémicos

Granada siempre es la misma, pero también es otra. Y, si se le pilla el punto, totalmente fascinante

El pasado sábado tuve la suerte de ver la Alhambra desde el mirador de San Nicolás, uno de los rincones más hermosos de la ciudad, sin gente. Sin un alma. Eran las nueve y pico de la mañana y lo más cerca que había del mirador era un barrendero ocupado en su tarea por detrás del aljibe. Me senté en el banco durante un buen rato y estuve esperando a que las nubes despejaran un poco el cielo y se pudieran ver las cumbres de Sierra Nevada cubiertas de nieve. Se trata de un espectáculo único en el mundo porque es un sitio privilegiado para ver el palacio nazarí con el fondo blanco de las alturas de nuestra sierra. Normalmente la plaza está siempre llena de turistas y verla sin nadie alrededor me produjo una sensación entre la alegría y la tristeza. Alegría porque me había invadido la sensación de dominio, de alguien que llega a un sitio y siente que le pertenece por derecho propio, que lo ha conquistado y que puede respirar el aire de lo extraordinario. De tristeza por ver cómo esta dichosa pandemia está dejando a nuestros lugares más emblemáticos totalmente vacíos.

Un amigo me contó que el día anterior solo nueve personas habían entrado por la tarde en la Alhambra. En todo el día se habían sacado no más de cincuenta entradas.

Granada tiene sitios para curar el alma como ningún otro lugar en el mundo. Al menos conmigo funciona. Recuerdo que el primer verano que pasé aquí me dio por invertir el tiempo de las mañanas dominicales en la Cuesta de los Chinos. Allí me leía todo lo que llevara letra impresa sentado en un banco de piedra que hay debajo de un árbol. En el olivo más cercano a la Torre de la Cautiva, creo que es. Allí tengo yo leído mucho, que diría Cunqueiro. Me pasaba un par de horas de la canícula a la sombra del olivo leyendo periódicos y algún libro que llevara en la mochila. Entre todas las frases de artistas y escritores famosos que han escrito sobre Granada, me gusta mucho una que dijo el escultor y poeta vasco Jorge Oteiza: "Con Granada se despiertan los sentidos más dulces. La vista, el oído, el tacto y, sobre todo, el dulce gusto por todo". Granada siempre es la misma, pero también siempre es otra. Y, si se le pilla el punto, totalmente fascinante. Solo hay que pasear por ella en estos días de pandemia para darse cuenta.

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