Los nuevos tiempos

César De Requesens

crequesens@gmail.com

Paternidades

Quisimos ir contra lo tradicional por simple inercia y nos cargamos lo esencial

En plena era de los derechos y las libertades, la paternidad cotiza a la baja. Asumirla y ejercerla se va convirtiendo casi en una suerte de heroísmo trasnochado ante las decenas de disuasiones que esta sociedad confusa ofrece para borrarla.

Empieza a quedar mal decir que eres padre. Viste mucho ser madre, pero desde que los bancos de semen y la independencia femenina agresiva redujeron falazmente la participación masculina en la procreación a una simple operación inseminadora de trámite (clínico o amatorio, pero igual de fugaz), todo lo que supone ejercer la paternidad elegida y asumida se está transformando en una rareza social.

Lo hetero está en horas bajas en la sociedad del estrógeno rampante y triunfante. De ahí que aquella hermosa imagen del padre que vuelve del trabajo a tiempo para leerle a los niños su cuento o, incluso, inventarlo cada noche (que es lo que más les gusta); ese cogerte a la prole en festivo para enseñarles a volar cometas con pericia; recogerles del cole y llevarles la cuenta de los profes y los cates; o, en fin, leerles también la cartilla en pijama y a las tantas cuando se pasan escandalosamente de la hora para encerrarse se van volviendo prácticas de museo en esta distopía que vivimos de gente sola viviendo sola mientras solloza mirándose ese ombligo tan tan solo.

Quisimos ir contra lo tradicional por simple inercia y nos cargamos lo esencial. Por ejemplo, aquel encontrarte con tu abuelo y padre de numerosa prole y sentirte afortunado porque te llevaba a ti solo y solo a ti al club donde solo iban los mayores. Te sentías el rey del mundo y no, no era lo mismo si era tu madre o tu abuela la que te llevaba con sus amigas. Habóa algo de reconocimiento y de ese sentirse mayor que tanto nos gustaba de niños.

Los padres que ejercemos hemos evolucionado a base de convenios reguladores y vacaciones y findes en que aprendimos a cocinar y le pillamos el gusto a los avatares de sus estudios; dejamos de ser aquellos otros que huían de casa al bar y al fútbol para descubrir con ellos de nuevo el mundo. Y ahí seguimos, también ahora que son mayores, viviendo y reviviendo aquel ser brote ahora que somos ya juncos. Pasa la vida pero lo esencial es constante, tanto como ese amor que nada espera más que esa sonrisa o esa confidencia de hija a padre que te compensa tantos sinsabores.

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