Y podrían ser yutatones. Las medidas de las bombas son así de asustonas. Empiezan por los kilotones, siguen por la suma de mega, giga, tera, el ya mentado peta, y la última, hasta ahora, yutatones. Cualquier cosita de estas es una barbaridad, que deja a MOAB, Mother of All Bombs, a la altura del betún.

Todo esto nace de la peor combinación posible, el miedo y el desconocimiento, y de la catarata onírica de un amigo, José Miguel, que me contaba su noche de sueños surrealistas un día cualquiera de la semana pasada, tras la jornada de trabajo, ordinario y normal, en un mundo medio confinado que se vuelve loco por momentos. Estamos sobresaltados por lo que tenemos encima, hiper-informados con datos parciales, pero repetidos, y acostumbrándonos, peligrosamente, a saltar de una catástrofe a otra sin solución de continuidad: es un triunfo razonable seguir al tran-tran de que un día suceda a otro, una semana a la anterior, y podamos contarlo.

Un país lejano, Ucrania, se cuela en las conversaciones del café. Sin elementos esenciales para comprender el alcance de la situación, probablemente la más peligrosa en Europa desde la guerra de los Balcanes de los noventa (sabemos el drama que originó y la ignominia colectiva que retrató), los resúmenes apresurados apabullan: Putin es un duro que aplastará Ucrania si Biden no cede en no sabemos muy bien qué; Ucrania es un país soberano que mira a Europa Occidental en lugar de al este ruso; la Unión amenaza con sanciones inéditas y ya tirita por si Putin cierra el grifo del gas; nosotros mandamos tropas, pocas, dos buques, a maniobrar cerca. La escalada es evidente. La incursión, término amable para describir invasión rusa chiquita, más que probable. El escenario, demoledor: el mundo, nuestro mundo (que lleva en modo reparación de errores para dos años ya, y aún no salimos, aunque queramos ver el final) se sitúa al borde del precipicio, que es donde estamos, mientras el común de los mortales asiste como espectador a tanto siniestro espectáculo.

No tengo la menor idea de lo que pasará en Ucrania, pero sospecho que nada bueno. No tengo mucha esperanza en las vías diplomáticas para apaciguar a Putin (recuerden la palabra, que no es nueva), pero debe insistirse con firmeza. Me preocupa el liderazgo en la OTAN (ojalá se aproxime un momento Kamala), pero asumo que nuestro lugar está ahí, aunque también lo asumen (sin duda) Francia, Alemania o Portugal, por ejemplo, y no precipitan gestos para que les cojan el teléfono, alguna vez, en el 1600 de Pennsylvania Avenue. Es evidente que estoy por la paz, pero eso no significa que crea que haya que ponerse de perfil, o esconder directamente la cabeza bajo tierra, si hay una agresión en la lejana frontera este de nuestro continente, más que nada por el egoísmo de saberme en la, cada vez menos estable, frontera sur.

Es el desafío. Problemas complejos requieren soluciones complejas. No queda más que estar en guardia.

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