Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

coleraquiles@gmail.com

Pedro Sánchez, pandémico

Para moverse por el mundo que se atisba, no existen ni GPS ni mapas ni planos que valgan

Contertulios, columnistas y expertos, paralizado el presente, no dejamos de opinar sobre lo venidero, aunque las herramientas que hemos venido utilizando hasta ahora para analizar, deglutir y excretar lo que pasa, y servírselo al público, se hayan quedado obsoletas a causa del virus. Es como si hubiéramos alcanzado las fronteras de una tierra plana y pretendiéramos escrutar lo que hay más allá: un territorio desconocido, nunca pisado, del que no hubiera ni planos ni mapas. Sin saber si sigue la tierra firme o el abismo. Con las brújulas locas y el GPS sin cobertura. Aterra ver como políticos ciegos pretenden moverse por ese territorio ignoto como si la antigua cartografía estuviera aún vigente. Como si sus oxidadas tretas propagandísticas, sus viejas rencillas aldeanas y sus mentiras les fueran a servir de algo para salir de este tremendo atolladero. Acostumbrados a ser más el problema que la solución, el reto ha dejado al descubierto sus vergüenzas. Nunca, como ahora, la política, como la magia, juega a desconectar los efectos de sus causas. Unos, empeñados en dulcificar la tragedia y otros, en magnificarla, desconocen, o escamotean, el qué, el por qué, el dónde, el cuándo, el cómo, o a quién culpar de ella, con la vista puesta en las próximas elecciones que quizá se celebren ad calendas graecas, es decir, nunca. Si prestamos atención a los apocalípticos voceros de la oposición, la mutación más peligrosa que ha experimentado el Covid-19, se llama Pedro Sánchez. Es de agradecer que no hayan apuntado todavía a que Sánchez sea el autor intelectual de la pandemia y el coronavirus sólo su sicario. Disparates que mueven el suelo bajo nuestros pies hasta el paroxismo. A la población le vendría bien que los que tienen que gestionar esta crisis -y los que desde la oposición deben de ayudar a superarla-, en lugar de poner palos en las ruedas del Gobierno, actuaran al unísono con él para atajar el mal y paliar sus daños. Lo único cierto es que de ésta saldremos más pobres y más débiles y que tendremos que aprender a valorar, de nuevo, las cosas triviales, las que ayudan a vivir: una manta, un amor, el pan y la palabra; la compasión, la humildad y las nubes, el sol, el techo de nuestra casa, las historias y el saber de los viejos y el aire que, para entonces, se habrá vuelto milagrosamente respirable.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios