Pepe, paulino y Melchor

Estos días he participado en tres homenajes de amigos que ya no están entre nosotros. Tengo mucho llanto acumulado

De un tiempo a esta parte se me mueren a pares. O de tres en tres. Me refiero a los amigos que se van y te dejan un hueco importante en tu alma. Esas personas que mueren y se llevan un poco de ti. Durante estos días he participado en tres homenajes de aniversario de amigos que ya no están entre nosotros. Tengo mucho llanto acumulado. El sábado pasado fue a Pepe Ladrón de Guevara al que recordamos en Pinos Puente. Purita Vaquero organizó una cena a base de papas asadas y una lectura de textos sobre el Búho, pues así lo llamábamos. Tierno, cascarrabias, angelical, algo malafollá y dicharachero, Pepe era el que nos hacía sonreír en el abismo, el único capaz de mirar con ojos lastimeros a su mujer desde el lecho de muerte y decirle: "¡Qué cara de viuda se te está poniendo, Concha!".

El domingo estuve en otro encuentro de amigos de Paulino Álvarez. Fue en el Huerto de Rosi, en La Herradura. Todos recordamos a ese gallego que se vino buscando la luz y la encontró en la bahía granadina. Miraras donde miraras siempre encontrabas a Paulino. Él fue quien creó el ya conocido Certamen de Poesía de La Herradura, al que el Ayuntamiento de Almuñécar quiere ponerle su nombre. En ese huerto en donde los versos se mezclan con las plantas y a los recuerdos les salen ramas, me acuerdo de una tarde en la que ambos estábamos adormilados a consecuencia de un pelmazo que estaba hablando largo y tendido sobre algo que no interesaba a nadie. En voz baja Paulino me dijo que aquel tipo estaba aburriendo hasta las ovejas. Le corregí y le dije que las que se aburren son las ovejas. "No, Andrés, aquí en el huerto lo que hay son abejas. ¿Dónde ves tú ovejas?".

Y ayer participé en otro encuentro para recordar a Melchor Sáiz-Pardo, que murió el mismo día y a la misma hora que Paulino, como si ese instante se hubiera conjurado para dejarme una orfandad terrible en el alma. Melchor, cuya patria era el periódico que dirigía, fue primero mi jefe y después mi amigo. A él le debo en gran parte lo que soy y lo que he dejado de ser. Melchor era un periodista de naturaleza antigua, cimentada en los datos y los hechos, que amaba la redacción porque era el lugar donde era feliz. Un momento antes de morirse, Melchor dijo a los familiares que se encontraba mejor. Y fue para no darle una exclusiva a la muerte

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