Su naturaleza, tan reducida, viene acompañada de una singular belleza, que los hace enormes. El mimo con el que los propietarios de estos espléndidos bonsáis se han dedicado a podar, regar y prodigar todo tipo de cuidados se refleja en la atención con la que el público se asoma a este milenario arte japonés. En sus pequeños tiestos, parecen desafiar cualquier tipo de norma y, así de estilosos, lucen como nunca. El mérito, sin duda, es de sus propietarios, que a buen seguro han dedicado muchas horas a estas obras de arte.

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