Que a Pedro Sánchez le guste The Killers puede ser una simple debilidad musical o una metáfora de su quehacer político. Su visita al FIB para disfrutar, bien acomodado en la zona VIP, de la actuación de una de sus bandas de rock favoritas pasó de la anécdota a la categoría, una vez que supimos que el viaje, en lugar de hacerlo en el viejo Peugeot 407 con el que recorrió España para ganar las primarias, lo disfrutó cómodamente sentado en el avión reservado para los viajes oficiales del presidente del Gobierno. Como él es como es y lo mismo se coloca unas gafas de aviador que se va al FIB llevando a su señora esposa de la manita, esos asesores de imagen tan ultrapostmodernos que tiene le organizaron en un pispás una reunión con el señor Puig, presidente de la Generalidad Valenciana. Y eso porque el FIB se celebra en Benicasim. Que si llega a organizarse en Santa Pola, le montan una visita de cortesía al señor Rajoy y… ¡santas pascuas!
Porque lo importante, como en los viejos chistes de cornudos, era convencer a los votantes de que esto no es lo que parece: el uso de un bien público que resulta, cuando menos, un tanto inapropiado. Se ve que la vicepresidenta Calvo ya le ha convencido de aquello que defendió con bravura siendo ministra de Zapatero; que el dinero público no es de nadie.
Confundir lo público con lo privado nunca ha sido una extravagancia entre la clase política española que en esto, no distingue ideologías ni partidos. Para ellos es una especie de derecho incuestionable nacido de las urnas. Los que ya peinamos canas, aunque sólo sea en la barba, recordamos el inefable episodio de Alfonso Guerra y el Mystère de la Fuerza Aérea Española que lo trasladó desde Faro hasta Sevilla para cumplir con la durísima y tediosa obligación, como vicepresidente del Gobierno, de acudir a los toros, un Domingo de Resurrección y en el coso de la Real Maestranza sevillana. Claro que aquel día toreaba Curro Romero y presidía la condesa de Barcelona. Palabras mayores. Entonces, la corona y el gobierno iban a los toros. Hoy, van al FIB y a ver a The Killers como ya hizo doña Letizia en 2013. Eso debe ser la modernidad: cambiar los toros por el rock, la mantilla por la chupa y el puro por el porro.
Sólo faltó que Pedro Sánchez se subiera al escenario con sus gafas de aviador, agarrara el micrófono y entonara junto a Brandon Flowers su conocidísimo I'm the man. Hubiera sido homérico.
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