Los más pequeños alucinan con los globos. Sobre todo en épocas como la Semana Santa o la Navidad, donde los vendedores ambulantes se pasean por medio centro con sus carros llenos de estos generadores de ilusión. El de la imagen es uno de tantos que se escaparon, dejando un mar de lágrimas en la cara de algún niño. Acabó ahí, en una jardinera, pinchado. Crecerá ese crío y tendrá que ver como la vida también se lleva algunas de nuestras ilusiones volando. De adulto no son globos, sino burbujas, como la inmobiliaria en su momento, las que se pinchan.

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