Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Pines de Carnaval

El Carnaval se ha convertido en un evento más. Sin la carga subversiva y desafiante del pasado

No sé por qué lo llaman Carnaval, si sólo es un evento. No en el sentido machadiano de 'evento' -lo que pasa en la calle- sino en el actual de acto organizado, de suceso importante y programado. En La Puebla del Río (Sevilla), la Delegación de Igualdad ha repartido un panfleto en el que se dan "una serie de recomendaciones para poder disfrutar de una fiesta de carnaval libre de sexismo". Afectan a la indumentaria, a las letras de las canciones y a los comportamientos, se supone, de los hombres. El Carnaval es una fiesta muy antigua que se celebraba desde el jueves lardero hasta el miércoles de ceniza. Era un tiempo de rebeldía, de abolición de toda norma, de todo protocolo, de todo manual de urbanidad. De agresión al poder establecido; en el que príncipes y pontífices aparecían en pelotas. Pero sólo unos días. La orgía perpetua a la que nos ha condenado un turismo invasor, que nos ha convertido en extranjeros en nuestras ciudades, nos obliga a organizar eventos constantemente para satisfacer a los forasteros que, por otra parte, son los que nos dan de comer. Los políticos conservadores promocionan unas orgías, los progresistas, otras. A veces, las mismas con distintos collares ideológicos. Y a todas, olvidando de dónde vienen unas y otras, se las disfraza de tradiciones. Los progresistas sostienen que todas las fiestas pertenecen al pueblo que las creó y al que le fueron arrebatadas por los poderosos, mientras que los conservadores reclaman para sí los títulos de propiedad de cualquier fiesta en la que el pueblo, piensan, se ha colado o al que se invitó para que hiciera de extra. Lo que organiza la Delegación de Igualdad de La Puebla no tiene de Carnaval nada más que el nombre. La izquierda quiere un carnaval políticamente correcto, pero a eso no se le llama Carnaval, sino evento. Cuando la gente está borracha, y de drogas hasta el culo, lo mejor para no ser agredido es protegerse, alejarse, leer a Hegel. Pretender que, en una bacanal carnavalesca, hombres y mujeres se comporten es como quererle poner pines al campo. El Carnaval, sin embargo, todavía es posible: una fiesta, de solo unos días, sin extranjeros, en la que podamos carcajearnos de los que programan esas orgías blancas, sin pecados, que saben a Carnaval tanto como sabe a paella el engrudo de arroz que se sirve en sus eventos.

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