O sea, el libertino castigado. Los viejos usos amorosos de este Don Giovanni están a punto de desaparecer. Fueron labrados, como un patchwork, con remiendos ancestrales: El collar de la paloma de Ibn Hazm (siglo IX), el amor cortés, la novela sentimental del XV; Lope, Calderón y su honra, el galanteo dieciochesco (el cicisbeo), el cortejo romántico. Una forma de acercarse a la mujer, no violenta, aunque insistente, agobiante, a veces; con vistas a la formación de matrimonios productivos y de infidelidades, que, como válvulas de escape, a la vez, rompían y componían el artefacto familiar. Los viejos usos amorosos han sido desplazados por la estupidez encubridora del lenguaje políticamente correcto y por la brutalidad pandillera del vandalismo sexual que no busca el placer, cuando viola, sino la humillación de la víctima y el alarde mediático. García Lorca escribió en La zapatera prodigiosa "que las mujeres les gustan a todos los hombres, pero todos los hombres no les gustan a todas las mujeres". O sea, que el hombre arrastrado por un ansia nunca satisfecha de "interacciones sexuales" (en palabras de Plácido) ha de frenarse, y se frena comúnmente, ante el deseo más matizado de la mujer para la que la "interacción" podía suponer embarazos, partos y reprobación social. "Esta noche no, que me duele la cabeza", es una de las estrategias de freno de las apetencias del Ulises irresponsable y viajero que hay en cada hombre. Otras: palabras, flores, rejas, velas. Plácido, que tantas veces cantó Don Giovanni, está contaminado del modelo. No la violencia, sí la presión extrema. El uso de todas las armas que el disoluto tiene a su alcance. Por lo que sabemos, Plácido intentó culminar muchas piezas de su repertorio en dueto amoroso. También nos ha llegado que sus maneras eran suaves y que siempre hubo una puerta abierta para la huida de la acosada. El modelo tenorio fenece: pero no hemos sido capaces de elaborar unas reglas del juego, consensuadas, que lo sustituyan. No me gustaría que la solución fuera Harry, un robot erótico, manejable con una mando a distancia. Los robots todavía no tienen corazón o tienen el corazón del que los programó. Plácido, sí tiene corazón, pero también está programado. Tiene instalado en su hardware el mismo software que el resto de los machos de la especie: el que resumió Lorca en La zapatera.
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