Plaza de la Unidad

Rousseau prevenía contra quienes invocan la voluntad general para referirse a los intereses de un grupo

La unidad siempre tiene buena prensa. Solo en nuestra provincia conozco una Plaza de la Unidad en la Chana y otra en Huétor Santillán. No sé qué manifestación concreta de la unidad honra cada una de esas plazas, pero evocan nobles deseos y acciones generosas.

La unidad es necesaria, sobre todo, en situaciones tan graves como la que vivimos. Así lo han entendido las personas voluntarias que en barrios de nuestra ciudad ofrecen su ayuda a quienes no pueden salir de sus casas, sin pedirles su pasaporte ni preguntarles por sus ideas. Lo han entendido también quienes se esfuerzan contra el virus más allá de lo que sus contratos les obligan, quienes ponen sus recursos a disposición de quien los necesite y quienes aplauden todas las noches desde sus ventanas al personal que nos cuida. También lo ha entendido la comunidad científica, que ha compartido datos en un volumen sin precedentes para acelerar la investigación sobre remedios y vacunas.

La unidad, sin embargo, no siempre se entiende bien. Rousseau prevenía contra quienes invocan la voluntad general para referirse a los intereses de un grupo. Esos individuos son peligrosos porque no hablan de sí mismos sino de "nosotros" y parecen desprendidos, pero ese "nosotros" se pronuncia solo para enfrentarse con los "ellos" que se dejan fuera. Por ejemplo, parece que algún médico de nuestra ciudad está menos ocupado estos días que sus colegas, porque tiene tiempo de inventar bulos sobre respiradores presuntamente robados en Granada y llevados a Madrid. Igualmente sospecho que algunos de los que hacen sonar himnos, al tiempo que aplauden, lo hacen en contra de alguien y no a favor de todos. Tampoco nos fiemos de los llamamientos a la unidad de Trump frente a un "virus chino", ni de los gobiernos que, con la excusa del interés nacional, se niegan a coordinar con otros medidas médicas o económicas contra la pandemia.

La globalización económica la tenemos desde hace tiempo. Ahora tenemos, además, un virus global. Solo la humanidad unida puede gobernar la primera y vencer al segundo. Quienes aprovechen el virus para enfrentar entre sí comunidades menores confirman el célebre dictum de Samuel Johnson: el patriotismo es el último refugio de los canallas. La unidad que honran los nombres de las plazas, en la Chana, en Huétor Santillán y en cualquier parte, tiene que ser, estos días, la de todos los seres humanos.

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