Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Pliegue en una alfombra rusa

Una arruga contra Stalin. Espléndida exposición del Realismo Socialista en el Museo Ruso de Málaga

Uno de los métodos más severos de descontextualizar una obra de arte es meterla en un museo. Aunque no el más radical. Mao animaba a los jóvenes chinos a acabar con todas las obras de arte anteriores a la revolución, porque cualquier documento cultural era también un documento de barbarie, amasado con la sangre y el sudor de los trabajadores. Pese a que Lenin se había opuesto a la destrucción del patrimonio cultural de la burguesía. Los talibanes destruyeron los budas gigantes de Bamiyan, el IS arrasó Palmira, en Siria. En Europa, los aviones norteamericanos arrojaban sus bombas desde 10.000 metros sin tino ni precisión alguno para no ser alcanzados por las defensas antiaéreas alemanas. Destruyendo vidas, ciudades y todo vestigio cultural. El museo no extermina, conserva y muestra, pero desarraiga. Y, en inevitable alianza con el tiempo, aleja las obras de arte del lugar en que fueron creadas. La museología, pese a todo, se esfuerza en acercar a los visitantes de esos mausoleos de la belleza los prodigios del pasado. Junto a cada uno de ellos, un cartel de metacrilato detalla autor, época y materiales que se utilizaron para producirlos. Audioguías, catálogos y vídeos intentan contextualizar los productos culturales que los siglos, las academias y el canon fueron subiendo al altar de la excelencia. Las visitas guiadas completan el proceso de acercamiento de la obra al espectador. Pero siempre hay algo que se escapa a catálogos y guías. En el Museo Ruso de Málaga, un visitante, ante un cuadro enorme de Vasili Yefánov, sorprende a la guía con una pregunta sobre una arruga de la alfombra que cubre el suelo del salón donde se celebra, en 1951, una sesión de la Academia de las Ciencias de la URSS. El Realismo Socialista -al que está dedicada la exposición- dejaba poco sitio a la imaginación de los artistas rusos, vigilados y purgados, si no respetaban las directrices de los comisarios de Stalin. El pliegue, enfrentado a la compostura y envaramiento de los sabios académicos, rompe la solemnidad de la escena. La huella de un tropezón. Quizá, lo más hermoso del cuadro. La firma irónica de un Yefánov que ha encontrado la forma de reírse del sátrapa. Volveré al Museo sólo para cerciorarme de si la hermosa guía rusa ha resuelto ya el enigma de esa arruga. Y por volverla a ver.

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