Plinio, Carlos III y el Vesubio

Fue gracias a Carlos III de España como dará comienzo la historia misma de la Arqueología moderna

Un día como este, el 24 de agosto del año 79, a primeras horas de la tarde, el Vesubio entró en erupción y comenzó a arrojar lava y ceniza sobre las ciudades próximas: Herculano, Pompeya, Estabia, Oplontis y otras villas de menor cuantía. Según se sabe, Plinio el Viejo, comandante de la flota en aquella costa, pereció por los gases mortíferos de la erupción, cuando trataba de socorrer a la población asediada. En pocas horas, el hongo, cuya forma era la de un pino de alto fuste, extendió su oscuridad sobre el golfo de Nápoles, cubriendo de cenizas sus calles y propagando el terror entre una población que se dirigía a la muerte entre lamentos, sin verse unos a otros, en una tiniebla irrespirable y ardiente. Todo esto nos fue dado conocerlo gracias a Plinio el Joven, testigo de los hechos, quien los relató en dos cartas sobrecogedoras a instancias del historiador Tácito.

Fue así -tanto dolor, amortiguado por casi dos milenios de distancia- como se conservó para el conocimiento histórico la realidad inmediata de la Roma de Tito. Y fue gracias a Carlos VII, rey de las Dos Sicilias, el futuro Carlos III de España, como dará comienzo, junto a las excavaciones de Herculano, la historia misma de la Arqueología moderna, a finales de octubre de 1738. Al mando de las excavaciones estuvo su ideólogo: el ingeniero militar Roque Joaquín Alcubierre, quien dirigiría tales trabajos, con probada eficacia, hasta su muerte en 1780. También promovería Carlos III la arqueología en la América española, ameritando la cultura precolombina que denostaban enciclopedistas e ilustrados como Buffon. Así puede comprobarse en los estudios del erudito mejicano José Antonio de Alzate sobre la ciudad de Xochicalco, en 1777; estudios que no eran, obviamente, ni los primeros ni los únicos alentados en América por la corona española.

Añadamos que a Carlos III se debe el primer museo arqueológico "de sitio" del que se tengan noticias, gracias al cual existe, con el añadido de las colecciones maternas -la soberbia colección farnesiana-, el Museo Arqueológico de Nápoles. Al partir hacia España, el rey hizo entrega a su ministro Tanucci del breve anillo con un sileno que se había mandado hacer, como joya perteneciente al reino. No ocurrió así con arqueólogos más modernos como Schliemann y Carter. Ni el primero en Troya ni el segundo en el valle de los Reyes, según se ha publicado hace unos días, supieron prescindir, completamente, de la antigüedad que amaban.

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