El lanzador de cuchillos

Pobres cristos

Nuestra sociedad, con todos sus defectos, es infinitamente mejor que, por ejemplo, los territorios que domina el islamismo

Me resulta insoportable -y necesaria- la imagen de los cinco cadáveres envueltos en plástico en una de las terminales del puerto de Motril. Imagino que como a todos los que han puesto, con razón, el grito en las redes, aunque algunos ignoren voluntariamente la cruda realidad: que, en África y Oriente Medio, ha habido centenares de miles de víctimas en lo que llevamos de década, muchas de ellas asesinadas de manera salvaje por las hordas yihadistas. Vidas segadas por el terror, la guerra y la pobreza que no escandalizaron ni agitaron conciencias cuando la cosa ocurría a cientos de kilómetros de nuestras playas, lejos de la mirada inculpatoria de los hermanos laicos de la Orden Flagelante, a quienes sólo interesan los muertos que les permiten arremeter contra nuestros gobiernos y nuestras leyes.

Los lloricas demagogos que culpan a Europa de la muerte de los inmigrantes no han movido jamás un músculo de la cara por la situación de millares de criaturas inocentes e indefensas al sur y al este del Viejo Continente. Al fariseísmo vociferante de este lado del mundo no le incomodan los pobres cristos entregados a los traficantes ni los jóvenes crucificados por el ISIS, ni las crías violadas por ancianos lascivos.

Ya están tardando los habituales abajofirmantes en montarse un happening solidario, una lectura pública o una concentración silenciosa para protestar contra la crisis migratoria; por supuesto, no contra Al Assad, el Califa del Estado Islámico o las mafias del Estrecho, sino contra la vieja e insolidaria Europa. Y después, con la conciencia social debidamente ajustada, unas cervezas fresquitas a la salud de los negritos muertos. Y a otra cosa, mariposa.

Alguien debería explicarles a esos bobos petulantes que Europa -salvinis aparte- es el sueño de seguridad y bienestar de las familias que huyen del hambre, las satrapías africanas y la "maldad calculada" impuesta en los territorios que domina el islamismo. ¿Nadie se ha preguntado por qué los sirios, los iraquíes o los centroafricanos que huyen de la miseria y la barbarie buscan acogida en estas tierras y no somos nosotros, los europeos, los que escapamos de nuestros políticos, nuestros bancos y nuestros tuiteros pidiendo refugio, por ejemplo, en el Califato? Muy sencillo, porque nuestras leyes son más justas, nuestra economía más próspera y nuestras costumbres más decentes y avanzadas. Digámoslo sin complejos: porque nuestra sociedad, con todos sus defectos, es infinitamente mejor. Pero si, contra toda evidencia, algún arbitrista fatuo prefiere los latigazos le rogaría que tuviese al menos la gentileza de dirigirlos contra su propia espalda.

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