Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

coleraquiles@gmail.com

Podemos y el melodrama

El melodrama inoculó los valores burgueses a los que no sabían leer. Hoy disfruta de una salud envidiable

El que no sea adicto a algún melodrama que tire la primera crítica. Este bloguero de arrabal es seguidor vergonzante de Servir y proteger, el melodrama policial de TVE. Suelo esconder mi dependencia, alegando que me sirve de despertador en la siesta. Que, en realidad, más que verlo, lo duermo. Que con el resumen de los capítulos anteriores me quedo frito y que me despierto, 54 minutos después, con el avance del capítulo siguiente. Porque 'un hombre de cultura' no debe ver esas cosas, si no es para analizarlas y zaherirlas como herramientas de la burguesía para engañar al pueblo trabajador. Tampoco estaba bien visto, por los ochenta, leer el¡Hola! Yo lo hacía en casa de mi madre, en la clandestinidad, para que no se enteraran los gurús culturales de la localidad y me arrojaran a la ergástula de la subliteratura. Según una enciclopedia al uso, fue Diderot el que lo inició en Francia. Pixerécourt, uno de los maestros del género melodramático, había dicho que él escribía para los que no sabían leer. Después de la revolución francesa, la burguesía lo utilizó para inocular sus valores a las clases populares, enmascarando los conflictos sociales y la explotación bajo una capa empalagosa de sentimentalismo y de promesas de progreso social -estadísticamente irrelevante-, si el obrero se mataba a trabajar y se olvidaba de sindicatos y reivindicaciones grupales. En el melodrama, sobre todo en el ginecológico, siempre hay hijos en busca de padre o de madre. Enfermos incurables que terminan salvados por un médico eminente que no cobra o al que se le paga a escote. El melodrama ginecológico, el cristiano, nace en Belén con un niño, hijo biológico de un padre de altos vuelos y criado por un padre adoptivo que acepta jugar un papel desairado en la historia. Podemos también gusta de enarbolar niños en los escaños del congreso o de regalar flores a una diputada de sólo 34 años, enferma de cáncer, a la que, esperamos y deseamos, que termine curando una eminencia de la Seguridad Social, trasunto del sabio doctor que devuelve la vista al protagonista de Marianela, la novela de Galdós. La lucha por el poder es tan inclemente que ni siquiera permite a un enfermo grave que se cuide, tranquilo, sin sobresaltos. Porque hasta un episodio tan miserable como el de la "poliinvestidura" necesita sacrificios humanos.

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