Pieza suelta

José Antonio / Pérez Tapias

Poder de impotentes

EL filósofo francés Jacques Rancière, en uno de sus textos, ofrece estas líneas que, como un fogonazo, iluminan los hechos: "Los mismos países que abdican de sus privilegios ante la exigencia de libre circulación de los capitales, los recobran de inmediato para cerrar sus fronteras a la libre circulación de los pobres del planeta en busca de trabajo".

Sabíamos de la doble vara de medir del neoliberalismo cuando defiende la libre circulación. Estaba por ver la grosera manera de aplicarla por parte de Sarkozy con las deportaciones de romaníes que lleva a cabo el gobierno francés -criticadas por populistas y xenófobas-. Lo que no esperábamos es el lamentable espectáculo del Consejo de la UE con los jefes de Estado y de Gobierno arropando al presidente galo en su decisión de expulsar a los gitanos procedentes de Rumanía.

No es asunto menor que en tan alta instancia europea nadie pusiera objeciones mínimamente serias a una medida tan deplorable. Es más, la unanimidad en torno a Sarkozy, bajo pretexto de defender la soberanía de los Estados en la aplicación de las leyes en su territorio, supone un cuestionamiento del proyecto europeo. ¿Dónde queda la UE como espacio de derechos compartidos, si sobre una colectividad se hace recaer la injusticia de decretar medidas de expulsión que implican la negación de derechos civiles de sus miembros?

Ha sido penoso que los líderes europeos se escuden en la crítica a la comisaria europea de Justicia, Viviane Reding, por sus declaraciones haciendo notar que desde la época de la II Guerra Mundial no había deportaciones de minoría étnica alguna en Francia. Todo indica que la que ahora tiene lugar quebranta la normativa antidiscriminatoria y sobre circulación de ciudadanos europeos entre los países de la Unión. La descalificación de la comisaria ha servido para pasar por alto la desfachatez de Sarkozy al justificar las expulsiones y su cinismo al responder a la señora Reding que, si quería, se llevase los romaníes a Luxemburgo. Todo ello no se atenúa recordando lo que hizo Berlusconi tiempo atrás. Eso sólo confirma la "berlusconización" de la política europea, contaminada por la demagogia del primer ministro italiano.

Se patentiza en medio de este trance que los Estados de la UE, siendo impotentes frente a los mercados, hacen alarde de su poder frente a inmigrantes o a determinadas minorías, haciendo valer los restos de una soberanía que en otros campos ya no ejercen. Y aun así, tampoco todos con el mismo margen. Es imaginable qué hubiera pasado si uno de los pequeños Estados de la UE hubiera decretado medidas similares a las que Francia está aplicando. También en la impotencia hay desigualdades. ¡Ánimo, señora. Reding!

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