Que una persona haya tenido la mala suerte de contraer el coronavirus y que esto se convierta en arma arrojadiza entre los partidos políticos no tiene mucha pinta de ser una característica de la nueva normalidad, sino más bien de la antigua. Parece imposible que la clase política de este país, de esta comunidad, o de provincia o de su propia ciudad, sean capaces de hacer otra cosa que vivir de un confrontamiento continuo, eterno, polarizado hasta el límite de la decencia, y absolutamente vergonzante para el ojo ajeno. Se ha creado una generación de aspirantes al poder, y algunos ya en él, que han sido diseñados por gabinetes, asesores y otros advenedizos que desconocen lo que hay más allá de sus propios intereses, creando más que políticos, replicadores de 'zascas' (palabro odioso donde los haya), campeones del club de debate que se 'enyoncaron' con su primer aplauso. Se puede investigar de dónde ha surgido un contagio, pero no hacer política de ello. Cualquiera puede contagiarse sin saber cómo, y eso ya es bastante drama como para meterle colores.

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