CUENTA una leyenda (ruego abstenerse de protestas a los profesionales del asunto, que ya he dicho que es una leyenda) que la vieja Roma fue la consecuencia del único vado que, en la isola tiberina, permitía cruzar el profundo Tíber en kilómetros a la redonda. Y cuenta la misma leyenda que sobre ese paso se construyó un puente desde el que nació y creció la ciudad más famosa de la historia.

Tan importante llegó a ser aquel paso obligado y tal la aglomeración, desorden y lío que sobre él se fue creando, que los romanos crearon la figura del Pontifex para ordenar los usos y los espacios en torno al puente.

Los vendedores ambulantes, los espectáculos, con sus artistas y juegos malabares, las tabernas y las cofradías,… junto al puente, los romanos, cantaban, se emborrachaban, trabajaban, comían y fornicaban y, junto a él y con el tiempo, se fueron creando los barrios de peor fama de la legendaria ciudad; el Trastevere y la Subura, el que Nerón, un urbanista exquisito, decidió transformar, cortando por lo sano, o mejor, prendiendo por lo sano hasta el Palatino, lo que le permitió construir su famosa mansión, la Domus Áurea.

Mientras tanto, la figura del Pontifex, el responsable de poner orden en los puentes, con cada día más poder, se acabó por transformar en el Pontifex Máximo, el jefe de la clase sacerdotal de Roma, un hombre de notable influencia en el Estado.

En ocasiones pienso que a Granada le convendría un Pontifex que, si no en los puentes, pusiera orden, al menos, en los usos y abusos que sobre el casco histórico de la ciudad se ciernen noche y día y así, por ejemplo, acabar con el desorden y guirigay que convierten el centro en un Subura invivible y de la peor calaña. Lo digo, antes de que sea necesario que llegue Nerón.

De ese caos insoportable que el turismo depredador nos ha regalado, el elemento más débil es eso que alguien ha llamado artistas callejeros y, será por eso que el Ayuntamiento ha empezado por ahí, poniendo un orden que algunos han considerado especialmente restrictivo y que sí bien acabará, eso espero, con el feroz martilleo estridente de los flamenquitos de las terrazas de Plaza Nueva, algo por lo que los vecinos daremos gracias a lares y penates, también es verdad que igual nos quedamos sin esa chica que toca la viola como los dioses, en el Arco de las Pesas.

Por eso, creo que si se prohíbe algo intentando crear un equilibrio justo entre el derecho de los vecinos a su ciudad y sus calles y el derecho de los artistas a crear, hay que ser generoso y ofrecer algo a cambio.

Y pienso en la cantidad de espacios que hay en Granada idóneos para la música y el arte, incluido el propio quiosco del Salón, Fuente Nueva, el Parque García Lorca, el Palacio de Congresos y en las más que escasas políticas de apoyo que se dan en este pueblo a la creación y al arte. Apoyen el arte por favor, pero, también por favor, sáquenlo del centro.

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