¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Populismo cofrade

No entendemos las prisas de la consejera Ruiz por pedir perdón. Esperemos que en otros asuntos sea más perseverante

Pues claro que las procesiones son, entre muchas otras cosas, desfiles de vanidad, como dice la flamante consejera de Igualdad, Rocío Ruiz, en su artículo-racimo Las monedas de Judas, escrito hace cinco años y sospechosamente reflotado desde la oscura profundidad de alguna hemeroteca. El matiz que omite la política onubense es que la vanidad es un pecado que medra en todos los huertos: las hermandades, la política, el periodismo, el aeromodelismo.... Ya lo dijo en verso el Eclesiastés: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad".

Es evidente que el polémico artículo de la consejera está escrito con una brocha demasiado gorda, que le sobran generalidades y le faltan matices y sutileza, y que su tono de adolescente airado es un tanto sonrojante. Pero también lo es que refleja lo que piensan muchos andaluces, hartos de que las cofradías, en numerosas ocasiones, se hayan convertido en poderes fácticos que mangonean a los ayuntamientos (y viceversa). Nadie puede negar que existe un populismo cofrade cultivado con esmero por algunos políticos que ven a las casas de hermandad como silos de votos. También es cierto que las cofradías son herramientas de promoción social y política usadas en no pocas ocasiones de forma maquiavélica. Del nacional-catolicismo hemos pasado al populismo procesional. Eso, por supuesto, no significa que no existan miles de hermanos que vivan sinceramente sus devociones y tradiciones, además de desarrollar una acción social (la hermosa y necesaria caridad cristiana) que ya quisieran muchas ONG laicas.

La primera gran polémica del Gobierno del Cambio nos retrata tal como somos, un pueblo obsesionado con su folclore y sus costumbres. Ni empleo, ni infraestructuras, ni sanidad, ni educación... Puestos a pelear, que sea por si nos gusta o no el capilleo. Pese a la Segunda Modernización, los andaluces seguimos detrás de un paso (léase trono si el lector está en Málaga), para mecerlo o para quemarlo, pero siempre racheando los pies y con cierto brillo alucinado en los ojos. La consejera Ruiz tenía derecho a escribir ese mal artículo, a desahogarse ante el catetismo y el kitsch que ha invadido la religiosidad popular y a denunciar las malas pulgas de algunos prohombres de vara dorada... De hecho es lo que suelen hacer los cofrades cabales, algunos con argumentos mucho más afilados que los de la ciudadana onubense. Por eso no entendemos sus prisas por pedir perdón. Esperemos que en otros asuntos de mayor importancia sea más perseverante.

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