Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

Populismo irracional

Las decisiones políticas no se critican desde la propia opinión. Se jalean o censuran en función de la propia ideología

El populismo no tiene nada de moderno. Basta rastrear en la historia para encontrar ejemplos desde la antigüedad hasta hoy mismo. A mediados del pasado siglo, el sociólogo estadounidense Edward Shils lo definió como "una ideología de resentimiento contra un orden social impuesto por alguna clase dirigente de antigua data, de la que supone que posee el monopolio del poder, la propiedad, el abolengo o la cultura". En una línea similar, Margaret Canovan, filósofa política británica, concluyó que el populismo, más que una ideología es una forma de acción política polémica, de contornos vagos y difuminados que centra su discurso en el pueblo con la única intención de provocar potentes reacciones emocionales en aquellos a quienes se dirige.

Populistas fueron el bolchevismo, el nazismo y el fascismo. Todos ellos movimientos dictatoriales. Pero también lo han sido los autoritarismos, más o menos democráticos, como el Macartismo o los indigenismos sudamericanos. Y hasta aquellos que presumen de ser una nueva forma de democracia como el bolivarianismo o el trumpismo que tantos imitadores han encontrado en Europa. Hace nada liberal y tolerante y hoy un tanto asediada por nacionalismos y luchas de clase tan populistas como intelectualmente febles. Lo único que buscan los populistas, a izquierda y derecha, es movilizar los sentimientos irracionales de las masas para enfrentarlas a las élites que dominan el mundo, sean reales o no. Lo importante es señalarlas. Recuerden que estúpidos y masa lo somos o podemos serlo todos en algún momento.

Lamentablemente, cualquier afirmación del líder o los adláteres es verdad absoluta para sus seguidores y si alguien osa contradecirla, aun aportando argumentos intelectualmente sólidos y hasta pruebas irrefutables, es acusado de colaboracionista con las élites a las que hay que combatir o de ser parte de ese peligro que amenaza al pueblo como clase social o a la nación como cuerpo sacrosanto, en sus dos variantes más habituales. Nuestros políticos han renunciado a la racionalidad. Y así, la respuesta ciudadana no se deduce de los hechos sino que depende de quien los protagonice o aliente. Las manifestaciones, la gestión de la pandemia o las decisiones políticas no se critican desde la propia opinión. Simplemente se jalean o censuran en función de la propia ideología. ¿Y así pretendemos salir de esta crisis sanitaria que ya es también económica y social?

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