El turismo es cosa seria. Son tantas las décadas que España lleva abonada a este sector y tanta es la dependencia en provincias como Granada que los datos empiezan a asustar. Pese a que durante los meses del estado de alarma se intentó reorientar estrategias y valorar otros destinos o incidir en la seguridad como argumentos que impulsarían los desplazamientos una vez que pasara la parte más dura de la pandemia, lo cierto es que el estancamiento es brutal. No hay movimiento y solamente los autóctonos y los visitantes de provincias vecinas están ayudando al segmento de la restauración y los bares a capear el temporal más difícil al que se han enfrentado miles y miles de negocios dedicados casi enteramente al turismo. Los ecos de los rebrotes, las cifras de contagios y el miedo a una segunda ola con confinamiento ha paralizado las reservas y la primera quincena de agosto se ve como una fase decisiva para intentar, al menos, sobrellevar el batacazo. El turismo afronta una etapa muy dura y los políticos van a tener que arrimar mucho el hombro.

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