Leí una vez que el bárbaro destruye y el turista profana. Y no sé si sería mejor recordar un pasado idealizado en viejos grabados, antes que sufrir a las hordas que profanan ese parque temático en el que los empresarios turísticos -más prolíficos en inventarse historietas que los trovadores en rimar leyendas- están convirtiendo media Europa. Hace un siglo, los viajeros, acompañados de su Baedeker o de su Bradshaw, admiraban las ruinas del Foro romano, elevaban su espíritu bajo las bóvedas de la florentina cúpula de Brunelleschi o fantaseaban con el pasado legendario y romántico de los patios de la Alhambra. Querían aprender y además, usaban guías que siendo un horario de trenes, también eran libro de historia, catálogo de arte y enciclopedia para el viajero.
En cambio, en estos tiempos de bloguers, youtubers, instagramers y demás tontainers, cada turista, armado con su móvil de última generación repite la, dicen que divertida, pose de su influencer de cabecera delante de esa iglesia superchula donde sale el Papa en la tele, llama el tío triste al Caballero de la mano en el pecho, practica el parkour en el berlinés Memorial del Holocausto o describe lo superfuerte que es ir a Auschwitz. Porque el internauta no visita lugares, va a sitios. Y después lo cuenta en redes sociales mientras se toma un té con menta en una tetería nazarí supercool antes de ir a una cena al estilo Cid Campeador donde le servirán la carne con kétchup y pimientos del piquillo. Algo tan propio del medievo como el té que llegó a Europa en el siglo XVII. Muchos saben que nunca serán influencers. Pero superan con soltura el nivel de pampliner.
Hay quien defiende que el mero contacto con la cultura crea sociedades cultas. Pero no es así. Por mucho que se deambule por el Prado con chanclas, bermudas y camiseta de tirantes, no se aprende a distinguir el sfumato leonardesco del tenebrismo caravaggiano. De ser cierta esa teoría, algún chimpancé, cuya especie lleva generaciones conviviendo con la flora tropical, habría escrito la obra cumbre de la botánica. Y no me consta tal hazaña. A este ritmo, la raza humana se va a extinguir ahogada en su propia memez. Igual el turisteo cutre es un anuncio de que el fin del mundo se acerca. Pero la señal no será el golpeteo de los cascos de los caballos de los cuatro jinetes del Apocalipsis, sino el reverberar de las chanclas entre los viejos mármoles del Partenón.
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios