la esquina

José Aguilar

Profesionales de la política

MÁS de 4.000 alcaldes, concejales, asesores y cargos de confianza han resultado damnificados por la derrota electoral del PSOE. Otros los sustituirán, probablemente menos en número, dados los tiempos de austeridad que corren y los compromisos que han adquirido quienes ganaron los comicios (y que habrá que recordarles).

Algunos de estos cesantes por la dictadura implacable e inapelable de las urnas han encontrado acomodo en las estructuras de poder de las autonomías y diputaciones aún en manos de los socialistas (por ejemplo, Griñán ha nombrado delegados provinciales de consejerías de la Junta a varios alcaldes derrotados). Pero el margen de maniobra se estrecha cada vez más. Ya no caben muchos damnificados.

Al margen de los respetables intereses personales y familiares en juego, esta situación no tendría que preocupar en exceso. Como ha dicho Griñán, en política unas veces se gana y otras se pierde. Si alguien ha sido desalojado de su cargo por voluntad del electorado, con volver a su trabajo anterior ya va bien servido. El problema es que en nuestro sistema democrático se ha creado una casta de profesionales de la política nutrida en exceso. Hay demasiada gente que carece de oficio, o lo ha olvidado, después de tantos años de dedicación a la política, y que ha pasado directamente de los estudios, más o menos terminados, al coche oficial, vivaqueando de cargo en cargo, y que ya no sabe hacer otra cosa ni ganarse la vida en otros menesteres.

Si esta nueva situación constituye un drama para los que la están sufriendo, la situación anterior es dramática para la democracia. Esta clase de los instalados obtura la promoción de nuevas vocaciones políticas, impide la renovación de los partidos y pervierte su normal funcionamiento, puesto que hace que su principal objetivo en el cargo público no sea trabajar para los que les han votado, sino agradar a los que les han puesto en las listas electorales, y hace también que no se sientan obligados por los ciudadanos -dimitiendo cuando no los votan, por ejemplo-, sino por los jefes que los ubicaron allí y, cuando pierden, los pueden situar en otro colocadero. Además, cuando durante mucho tiempo no pisas la calle y te libras de los inconvenientes de la vida cotidiana acabas por no escuchar lo que se dice en la calle ni vivir como vive la gente.

La política de partidos necesita, seguramente, una mínima estructura de militantes dedicados a tiempo completo a la misma, un grupo de liberados de otras tareas que haga funcionar la maquinaria. Lo que no necesita es toda una casta multitudinaria de profesionales que viven permanentemente de ella. Y menos, un ejército de liberados haciendo tareas orgánicas, pero pagados con el dinero público.

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