Rosa de los vientos

Pilar Bensusan

bensusan@ugr.es

Quiero ser Murcia

La Granada indolente decidía -como siempre- no pensar por sí misma y someterse al centralismo sevillano

Debo confesar que, cada día que pasa, a la vista de la dejadez y del olvido en que está sumida nuestra provincia desde hace 40 años, más ganas tengo de ser como Murcia… Una provincia, la murciana, con tan sólo 11.313 kilómetros cuadrados y 45 municipios, una población de 1.463.249 habitantes, con un PIB per cápita de19.411 euros y que ocupa el puesto décimo primero en el ranking del PIB nacional. Convertida en comunidad autónoma uniprovincial por obra y gracia del advenimiento de la democracia y de unos murcianos avispados que cogieron al vuelo que había que subirse al carro de las autonomías.

Y lindando con esta insigne comunidad autónoma, más histórica que ninguna y con un peso inigualable para convertirse en autonomía, se encuentra la simple y llana provincia de Granada, una más de las ocho provincias de una Andalucía tan grande como Portugal, otrora espléndido Reino histórico y hoy un simple apéndice lejano de la rica y próspera Sevilla, y eso que tiene más kilómetros cuadrados que Murcia (concretamente 12.531), con 172 municipios, y que es mucho más pobre que la excelsa región murciana, con un PIB per cápita menor que el de ésta: 16.073 euros, lo que la sitúa en el furgón de cola de la economía nacional.

Y debe ser que los sucesores del famosísimo y archiconocido padre de la patria murciana, Antonete Gálvez, estuvieron algo más listillos que los granadinos y vieron la oportunidad de oro de convertirse en comunidad autónoma, que no supieron desaprovechar. Y mientras ese evento político de altura situaba a Murcia en el mapa, la Granada indolente decidía -como siempre- no pensar por sí misma y someterse al centralismo sevillano, al del todo por Sevilla y para Sevilla, que nada nos ha aportado a estas alturas de la película autonómica, sólo involución estructural, territorial, política y económica.

Y es que, mientras Murcia ha ido progresando, con sus presupuestos propios y con su gestión autonómica, con su Parlamento y su Gobierno propios, Granada ha involucionado a auténticos niveles del siglo XIX, en esta patria inventada por Blas Infante, al que me niego a reconocer como padre de mi patria. Y entretanto en Murcia tiran de descendientes murcianos de Boabdil para construir su propia historia, aquí seguimos hibernando en la nada sevillana, en el cero absoluto.

Pero algo está cambiando en nuestras conciencias -son ya cuatro décadas de ostracismo, decadencia y dejadez- y los granadinos por fin estamos despertando de este triste letargo, y si quienes nos gobiernan quieren seguir siendo siervos de la ciudad bética, seremos estos ciudadanos provincianos paletos quienes finalmente decidamos nuestro futuro, para ser, cuanto menos, como Murcia…

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