NO es Mariano Rajoy una persona de inclinaciones filosóficas (la mente de un registrador de la propiedad no se adapta con facilidad a los peligrosos saltos mortales de las ideas), pero su conducta política parece inspirada en la filosofía quietista de Miguel de Molinos. Por supuesto que Rajoy no sabe quién fue Miguel de Molinos. Da igual. Por temperamento y quizá también por necesidades coyunturales, Rajoy ha adoptado una filosofía política que se basa en la inacción y en la pasividad absolutas, igual que aquel místico español del siglo XVII que creía que la quietud era la mejor vía de acceso a Dios.

Y así, en vez de dejarse arrastrar por la voluntad, que es caprichosa y nunca sabemos a dónde puede llevarnos, Mariano Rajoy -igual que Miguel de Molinos- prefiere cultivar la experiencia mística de la inmovilidad. Poco a poco, dejando que la mente se quedase en blanco, el místico Miguel de Molinos creía llegar a la comunión absoluta con Dios. Para él, la sola posesión de la gracia y el abandono consciente a la inacción bastaban para lograr la paz interior. Rajoy no pretende llegar tan lejos como Miguel de Molinos, ya que él se conforma con llegar sano y salvo hasta la semana que viene, pero su programa político consiste en el desprecio consciente hacia cualquier clase de acción. Y en vez de anticiparse a los hechos, en vez de adoptar una actitud de liderazgo, en vez de aventurar ideas que puedan movilizar o siquiera contentar a los ciudadanos, Rajoy adopta una especie de inmovilidad mística que sólo busca la aniquilación de la voluntad. A veces no sabemos si se ha convertido en un santón que levita a solas en su celda, o si ya ha conseguido transformarse, a fuerza de diluirse en el entorno, en uno de esos peces de arrecife coralino -como el pez piedra- que adoptan la coloración de las rocas y que permanecen inmóviles durantes días enteros, y que nadie sabe si están al acecho de una presa o si por el contrario se están ocultando de sus enemigos, hasta que de pronto abren la boca y no sabemos tampoco si eso es un ruidoso bostezo o un intento de ataque o tan sólo un impulso defensivo. Da igual. Rajoy sigue ahí, camuflado e inmóvil entre las rocas, él mismo convertido en una roca, como el pez piedra o como el místico Miguel de Molinos cuando veía a Dios.

El problema es que Miguel de Molinos acabó sentenciado a cadena perpetua por la Inquisición romana y murió en una cárcel en 1696. Y ya veremos qué le ocurre al quietista Rajoy y a su estrategia del bostezo absoluto.

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