La chauna

José Torrente

torrente.j@gmail.com

RIP

Que la hora del adiós de un gran político no sea el único momento en que sus rivales reconozcan cuánto valía

A don Alfredo Pérez Rubalcaba no le ha supuesto ningún desdoro ser socialista para recibir respeto, admiración y agradecimiento de sus rivales políticos más ilustres. Ningún demérito se destaca en su trayectoria vital porque a la hora del último adiós nadie se recata en lisonjas, las que no se usan en vida, siquiera sea por el debido respeto a un político que descansa ya en paz.

En España enterramos muy bien, porque andamos siempre heridos con la esquirla que provoca el chasquido de nuestras diferencias de pensamiento. Sólo cuando el rival se va al silencio eterno sacamos del armario el oro de la grandilocuencia, ese ropaje de palabras que usamos sólo en la procesión última del finado. La del adiós definitivo.

¿Alguien se imagina a políticos rivales usando en un debate público los mismos ditirambos del réquiem póstumo, elogiando a quien hoy, ya fallecido, se admira tanto?

Aquí preferimos usar los obituarios perfectamente previsibles y costumbristas, para garantizar el perdón por lo dicho en aquel debate, el ensalce según la costumbre como pésame político, ese que se amagó cuando aún vivía el óbito, y descubrir cierta voluntad elegíaca de sembrar paz antes que despedir a un rival con el eco de las virulencias pretéritas.

En despedir con respeto a pesar de las diferencias, la derecha española se ha mostrado siempre mucho más generosa que la izquierda. La muerte de Loyola de Palacio, Fraga o Rita Barberá conlleva recordar cierta tacañería en la exhibición de talante y respeto de las izquierdas ante la despedida, como sí que se recuerdan los halagos hablados y escritos de la derecha hacia las figuras políticas de Rubalcaba, Chacón o Santiago Carrillo.

No se trata de llevar el debate hacia el medidor de elogios tras la muerte, ni de sacar la máquina de la verdad para descontar hipocresías entre las verdades del pésame. Lo suyo sería construir ejemplos para que la política entre bandos se dirigiera mucho más al lugar que se muestra en el último adiós que al que se viraliza con los insultos, querellas y falsos testimonios en vida. Que la política sea una escuela de respeto, educación y altura de miras, y no como es hoy un motor de odios entre mareas e irreverencias al pluralismo, cuando no violencia contra el opositor. Que la hora del adiós de un gran político no sea el único momento en que sus rivales internos y externos reconozcan cuánto valía.

Ya. Sé que escribo soñando este RIP a la vieja política. Que debería despertar. ¿O seguir soñando?

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