HASTA en las peores series de televisión, en cada plano de cada secuencia hay una mínima coherencia con el que le precede y con el que le sigue. Es eso que la gente del cine llama raccord y, hasta en las peores series, lo que ocurre en la segunda temporada le debe cierta lógica a los acontecimientos de la primera. En la literatura pasa igual y salvo perversiones literarias, nadie se saca culpables de la manga en el último capítulo de una novela negra. Salvo Agatha Christie, claro.

En las elecciones del pasado 26 J el resultado estaba ya escrito en las líneas de algún capítulo de la temporada anterior, la del 20 D y, aunque los datos para enmascararlo, como en la gran literatura negra, habían conseguido confundir al lector, todo estaba ahí.

Ahí estaban los dos grandes derrotados de las anteriores elecciones: Ciudadanos y el PSOE. El primero, empujado al cielo por algún grupo mediático y por sectores empresariales que necesitaban un recambio para un PP demasiado comprometido y que ya había hecho su trabajo. El problema es que se quedó a medias del salto y eso, en la derecha, como en la programación del prime time, no se perdona. Sus votantes han vuelto a su lugar natural y Ciudadanos, ya en caida libre, no tiene otro futuro, más cerca que lejos, que el olvido.

El PSOE también lo tenía todo a su favor después de los cuatro años de gobierno del PP ¿o han sido doce? Sin embargo, el PSOE estaba en otra cosa y su objetivo en estas elecciones no era ganarlas, sino la propia supervivencia de sus dirigentes en una batalla interna en la que Susana Díaz jugaba el papel más destacado.

Entre los muertos y heridos de esta guerra habrá que contabilizar la pérdida de diputados y, lo que es peor, la del rigor, la coherencia con su pasado y el compromiso con sus bases históricas. Sobre todo desde el momento en el que el Comité Federal vetó cualquier pacto con Podemos tras el 20 D y empezó la vergonzante pantomima del acuerdo con Ciudadanos.

Podemos, por el contrario, sí quería ganar las elecciones. Casi se puede decir que quería ganar las elecciones demasiado. Tanto que, en el empeño y con las prisas, se ha equivocado en casi todo lo que podía equivocarse; organización, objetivos, ideología, candidatos, (Cañamero, Dios santo, Cañamero)… Pero el peor de los errores ha sido el de sacrificar su identidad ante la seductora cifra de los votos de IU y, sobre todo, creerse lo del sorpasso, esa analogía de erudito provinciano que descubrió Julio Anguita cuando firmaba pactos con el PP y que fue la imagen más patética de sus fracasos en Andalucía, donde, por cierto, también Podemos tiene un serio problema, o quizás demasiados, y la mujer que representa a todo el partido no es el menor de ellos; una mujer tan irritada como irritante y que, por muchas razones que la avalen, incluida Susana Díaz, no puede estar todo el día pegándonos gritos a todos.

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