LAS incógnitas que su segunda derrota consecutiva frente a Zapatero habían generado sobre el futuro de Mariano Rajoy, presidente del Partido Popular, fueron despejadas ayer tarde por el protagonista: Rajoy no dimite, adelanta a junio el congreso del partido y se presentará ante éste como candidato a la reelección con un equipo renovado. El anuncio fue acogido por el comité ejecutivo nacional de la organización con un aplauso en el que se hace difícil distinguir a los que batían palmas por convicción, alegría o compromiso. Probablemente el actual presidente nacional ha optado por la alternativa más razonable. Las otras eran presentar la dimisión sin vuelta atrás o seguir como si nada hubiera ocurrido el 9-M, y ambas resultaban más dramáticas o peligrosas para el PP. La lectura que cabe formular ante la decisión de Rajoy es que no se da por vencido, que pretende consolidar su liderazgo y que, para ello, piensa al fin designar un equipo de colaboradores ajeno a las ataduras del pasado y más identificado con su personalidad moderada y centrista. Está por ver si lo logra, naturalmente. Su pretensión de continuidad con cambios supone también un emplazamiento directo a que sus adversarios internos salgan a la palestra y presenten sus candidaturas, si las hubiera, a cara descubierta. Será el momento en que Esperanza Aguirre, Alberto Ruiz Gallardón, Francisco Camps o cualquier otro dirigente den un paso adelante y armen alternativas que han de medir sus fuerzas en el congreso que va a convocarse para junio próximo, antes de la fecha prevista, como corresponde a la situación definida por los resultados electorales. El Partido Popular entra así en una etapa de inestabilidad y crisis, pero que resulta preferible a la inacción y la pasividad. Serán los militantes del centroderecha los que decidan, finalmente, el camino a seguir por este partido imprescindible en la política nacional. No va a ser un congreso tutelado. Es una buena noticia.