Reescribiendo historias

La condición humana tiene esas cosas: a veces se imponen a la relación académica y a la propia historia

Esta generación no se ha despedido. No dijo adiós a sus patios, a sus recreos, a sus pupitres, a sus clases. No dijeron adiós a sus amigos, a los que se van, a los que quedaron en el cole. No dijeron adiós a su seño de la abeja trabajadora, al profe que les castigó, al jefe de estudios que le puso un parte. No volverán. Otros amigos, otra suerte, otra historia. Se verán con los de antes, intentarán seguir viéndose. Pero muchos, cada vez más, ley de vida, quedarán en el camino. Se prepararon en conciencia. Trabajaron. Tres meses. Solos. En la soledad de su habitación. Sin saber, cuándo, cómo, dónde. Amaneciendo setenta días iguales. Fuertes. Responsables. Pudieron con el Covid. «No te preocupes: todo saldrá bien», le decimos sus padres… pero se van sin poder decir adiós…".

Hace un año dibujé en páginas de este diario aquel final de cuento. Eran muchos quienes abandonaron colegios e institutos sin despedirse de su entorno. El cuento terminó como ninguno hubiera querido. Bueno, más que cuento, la cruenta realidad que nos tocó vivir. Y le correspondió a unos hijos a quienes la pandemia localizó en pleno desarrollo de su tímida madurez, en el sinfín de incertidumbres que provoca abandonar sus aulas, en el profundo cambio que supone no saber dónde te diriges. Crecieron, sí. El futuro les esperaba para nominarlos mayores y casi autónomos. Pero el pellizco en el estómago no desapareció. Dejar amigos, compañeros de viaje, patios, recreos, sin despedirse de cuantos como ellos comprometieron esfuerzo y amistad a partes iguales, risas y llantos por doquier, algún que otro suspenso y más de un castigo.

Dejaron las aulas en el vacío de setenta días de silencio. La pandemia castigó el adiós que deseaban. Sus padres quisimos ese recuerdo para ellos. No pudo ser. Cerraron un capítulo de los más importantes de su vida. Mientras, en la vida de sus padres, pasamos la página de sentirnos más mayores sin emoción, ver cómo a poco piensan ya en irse, cómo el tiempo es ley de vida…

Pero algunos se encargaron que la historia no se cerrara de esta forma. Propusieron reescribirla. La condición humana tiene esas cosas: a veces se impone a la relación académica y a la propia enseñanza. El cariño y los años vividos, por encima de cualquier consideración. Son muchos los maestros, personal, directores, que desafiaron aquel ingrato final. Quieren verlos, darles su bendición, decirles que disfrutaron con todos, que son sus alumnos, que siempre les prestarán su apoyo, que no podían consentir se marcharan sin despedirse. Y que el recuerdo de lo bonito de aquellos años debe formar parte siempre del almanaque de sus vidas.

Lo hicieron. Reescriben la historia. Los llamaron. Uno por uno, sin olvidar a nadie. Un año más tarde, los reúnen. Muchos colegios se han llenado de bandas y graduaciones con quienes hace un año cambiaron cole por otro destino. Y hoy los reúnen en el patio, para orgullo de lo que hicieron, de la impronta que dejaron, de sus amigos, de quienes les acompañaron y encaminaron parte de lo que hoy son. Sintiéndose parte feliz de la historia de su cole.

A Piti y a mi nos tocó con nuestro hijo Nacho en Regina Mundi. Hoy por fin se gradúa. Hoy es feliz de reencontrarse con todos, de decir con orgullo "yo soy de Regina". Nuestro agradecimiento a cuantos no se olvidaron de ellos y reescribieron una historia llena de generosidad y respeto por la condición humana. Gracias a vosotros. Estos padres os debemos una.

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