Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

Reflexionando

Cuando la propaganda se mueve por infinidad de cauces, la jornada de reflexión parece imposible de respetar

Si fuéramos jovencitos eduardianos, como aquellos que retrataba el genial P.G. Wodehouse en sus novelas, pasaríamos el sábado en el Club de los Zánganos trasegando oporto -el vino de reflexión y meditación por antonomasia- para decidir si votar tory o whig. Aunque al final, y como pasa siempre en las novelas de Bertie Wooster, el protagonista acabaría votando lo que le recomendara su mayordomo, el inimitable Jeeves. Pero como los españoles hemos sido más de barra de bar que de club de caballeros english style, nuestros constituyentes pensaron que sería bueno que nos relajáramos antes de ir a votar. Y así, aunque sin llegar a prohibir la venta de alcohol como ocurre en algún país sudamericano, decidieron que la jornada anterior a la celebración de los comicios la dedicáramos a meditar. Supongo que nos imaginaron deambulando como Hamlet y preguntándonos por el ser de nuestro voto o sentados con la barbilla sobre el puño y mirando al infinito, remedando la pose inmortal del pensador de Rodin.

Aquellas campañas acababan el viernes a medianoche lanzando octavillas desde utilitarios con megáfono y pegando los últimos carteles antes de que el reloj de la Puerta del Sol diera los cuartos. Y a lo más que se llegaba era a algún que otro comentario rozando el poste de la legalidad en un telediario el día del voto. Y poco más. Pero hoy, cuando ni los mítines tienen más sentido que el de demostrar la fuerza de los convencidos y la propaganda electoral se mueve por infinidad de cauces novedosos, la vieja regla de la jornada de reflexión parece imposible de respetar. Líderes y partidos camuflan el mensaje electoral con la única idea -legítima por otra parte- de apurar hasta el último momento para pedir el voto. Si no hemos recibido mensajes de whatsapp, hemos visto publicaciones en redes o páginas web que, o son propaganda electoral o traspasan más que burdamente las fronteras de la manipulación. Aparte de encuestas camufladas tras las cotizaciones de un supuesto mercado de productos naturales en el que únicamente cotizan berenjenas, rosas, naranjas, agua y brócoli.

Tanto subterfugio me recuerda aquella anécdota de la época en la que la Iglesia tenía prohibido orientar el voto de sus fieles en Italia. Los párrocos terminaban la homilía recordando a los asistentes que debían votar con la responsabilidad de quienes eran tan demócratas como cristianos. Vamos, que votaran Democracia Cristiana.

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