Repensando la Navidad

Quizá un día dejaremos de construir políticas que solo ahondan en un eterno y cansino fracaso

Apenas diez minutos hace que cerró la puerta el AVE. Me siento raro. Acostumbrado a dejar a mis hijos a las ocho en el cole, estar en el tren camino de Madrid, me hace sentir raro. Y frío. Otros años aproveché algún fin de semana para llevarlos, que vieran las luces, el Madrid de los Austrias, las decoraciones de los comercios… dicen ahora que mejor a Vigo, pero está lejos y no son de estar quietos en el viaje.

Regalos. Caye y Pablo debían haber escrito a los Reyes el puente de la Constitución. No lo hicieron. Ahora todo es más caro. Pero nos toca evitar que afloren en Navidad los complejos de nuestros hijos. Debe ser así, porque de lo contrario, carecería de sentido tanto gasto. Que cuando les pregunten, ¿a ti qué te han regalado?, su lista no sea más pequeña que la de sus compañeros. A la postre, no es mal razonamiento en una sociedad que evoluciona irremediablemente a peor. De compras, todos somos iguales…

Consumir. Quien inventara la Navidad debió olvidar la llave que cierra el paso a nuestra necedad y nuestros excesos. Alguien dijo que cada uno tiene su propio Dios y también su propio niño. Y ese Dios y ese niño es el que nos mueve para crear personas justas, para inculcarles valores de respeto, de ayuda, de amor. A ellos mismos. A sus amigos. A este mundo. No hace tanto me tacharon de chalado y cursi por decir que los padres siempre debimos regañar con besos y castigar con abrazos. Bueno, pues creo que la Navidad en familia debe ser algo cercano a eso. Un buen momento para que nuestras almas permanezcan sin escarcha, para que, en un ejercicio de humanidad, procuremos no solo descargar nuestra conciencia comprando un paquete de macarrones para quien no tiene, sino caminando junto a aquellos cuya dignidad social hoy buscan y no encuentran, por culpa, las más de las veces, de nuestra insolidaridad.

La dignidad. Siempre pensé que ese debía ser el tesoro de la Navidad, su genuina vocación: construir dignidades. La dignidad del que trabaja y con su trabajo apenas logra alcanzar el final de mes. La dignidad del que es feliz regalando tiempo a los demás. La dignidad del que abandonado en su vejez, sólo necesita que alguien se acuerde de él para sentir que puede ser útil. La dignidad también del que su vida no le da para transitar por la acera del Corte Inglés. La Navidad siempre será propicia para ayudar a recuperar aquella dignidad que una sociedad cada día más insensible les fue arrebatando.

El futuro. Para quienes con paso ligero y bolsas cargadas transitamos en la acera de la opulencia, quizás un día volveremos a vivir la Navidad. Quizá un día recuperemos la cordura. Y quizá un día dejaremos de construir políticas que sólo ahondan en un eterno y cansino fracaso.

Porque sus fracasos, el de nuestros hijos y el de los que perdieron su dignidad, siempre será el nuestro. Y el de un mundo que ilumina con leds la Navidad, mientras a escondidas cubre sus vergüenzas.

Feliz Navidad

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