Los nuevos tiempos

César De Requesens

crequesens@gmail.com

Retorno a Padules

Cuando acudes a estas jornadas de recreación histórica parece que viajas a los tiempos de Felipe II

Hay días como de sol naciente que duran toda la jornada. Días de retorno a lo conocido y a uno mismo pero en buena compañía en los que cuadra el mundo y todo encaja. Horas en las que encuentras un mundo amable que te abre sus puertas con un vaso de buen vino y un poquito de jamón como el que pudimos disfrutar un grupo de amigos en la localidad de Padules el domingo. Era un lugar al que volvíamos para el reencuentro con la historia de la paz de las Alpujarras, acontecimiento que allí recrean ya desde hace nueve años y que, lo confieso, engancha.

Cuando acudes a estas jornadas de recreación histórica parece que viajas realmente a los tiempos de Felipe II para encontrarte con lo esencial que tienen los pueblos, es decir, la acogida amable y la bienvenida al forastero como solo saben hacerlo en la Alpujarra, en este caso la de Almería, tan distinta de la de Granada y aún así la misma/Igual mirada franca, idéntico sosiego en las lomas, similar andar del tiempo sin premuras.

En un llano junto al núcleo urbano pudimos ver durante unas horas cómo la realidad danzaba a nuestro alrededor mientras saludábamos a profesionales como el fotógrafo viajero Jordi Bru, a entusiastas del traje de época como los camaradas recreadores de 'La Camarada' o nos sorprendimos de cómo les seguía enganchando a todos el ardor guerrero tan viril y fiero de los novios de la muerte que también y allí estaban.

Allí disfrutamos del tiempo Lorena con su sonrisa franca, Naemi con su certera cámara, el tan ilustrado y entrañable Felipe y un servidor compartiendo la amistad y la pasión por la historia con personas como el incansable alcalde Antonio Gutiérrez, el gran historiador virgitano Valeriano Sánchez o los amigos Paco Romero y Conchi García que hasta nos abrieron las puertas de su casa para que nos sintiéramos acogidos y como en familia.

Un codillo en el restaurante con dulces de postre y muchas horas de charla después veíamos el ocaso del sol ya de regreso que daba paso a la luna de sangre que nos acompañó de anochecida para atisbar a lo lejos las luces de la Alhambra.

La España vacía se despereza ella sola con pujanza e invita a ser compartida. Con creatividad inclusiva, regalando lo que le sobra de calma y aceptando a urbanitas ansiosos de olvidar el ladrillo, ese al que volvemos cada semana después de tocar la esencia natural de las cosas.

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