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rafael / sánchez Saus

El Rey y la mentira

ESE es rey, el que no ve al rey". La sentencia fue acuñada en el lejano siglo XV por el primer conde de Niebla, don Juan Alonso de Guzmán, "gran señor en el Andalucía" según la crónica, uno de los hombres que más poder han tenido y más queridos han sido en Sevilla. Lejos de la Corte, viene a decir, uno es dueño de su destino, y el suyo fue morir ante Gibraltar intentando extender sus dominios y los de la corona de Castilla.

Es rey el hombre que no depende del Rey para hacerse su opinión sobre España y sus cosas, eso debieron pensar millones de españoles la Nochebuena pasada, dando ostensiblemente la espalda a uno de los mensajes reales menos seguidos y que menos expectación han despertado. Ya es triste y sintomático que una nación acosada por tantas y tan graves dificultades como la nuestra, entre ellos un desafío a su unidad inimaginable hace sólo cinco años, no sienta interés por lo que puede decirle su máximo dignatario, su Rey. Y es que el Rey, este Rey, es percibido por la mayoría, incluso por los monárquicos más lúcidos, no como el llamado a aportar soluciones, sino como parte no pequeña del problema de España hoy. La credibilidad de lo que, a estas alturas, pueda decir don Juan Carlos, con todo respeto, es escasa y esa falta de credibilidad, que comparte con las principales instituciones, es un fruto casi repentino, intempestivo, de los muchos años en los que la mentira se ha enseñoreado de la vida española a todos los niveles, también de la suya. La crisis, arruinando el trampantojo, ha hecho un servicio higiénico que el tiempo nos permitirá reconocer, aunque ahora nos suma en el mayor desconcierto y nos haga sentirnos huérfanos y a la intemperie.

Una prueba más de esa instalación en la mentira, de la incapacidad para hacer frente a la realidad, ni siquiera en el campo de la banalidad, es el patético reportaje de ¡Hola! en el que el abuso del Photoshop reduce al monarca a una especie de galán maduro disponible para nuevas hazañas en todos los terrenos imaginables y de temer. El miedo cerval a envejecer con dignidad y señorío es denotativo de una contextura moral de baratillo, impropio de varones conscientes de haber escrito alguna página en la historia de un gran país. Cuando los reyes de España morían jóvenes y con el honor íntegro el pueblo les lloraba, pero no daban lástima ni menos risa.

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