Febrero es un mes clave en la historia de España y Andalucía. En él recordamos el intento de Golpe de Estado y el referéndum de la autonomía andaluza. Ambos los viví intensamente. El 23-F de 1981, por ejemplo, seguí las noticias del secuestro del Congreso por Tejero y las de Milans del Bosch con sus tanques en las calles valencianas, en la redacción de Ideal, junto con otros compañeros y el director Melchor Saiz-Pardo, custodiados por dos guardias civiles que no sabíamos si estaban allí para protegernos de una posible noche de los cuchillos largos, si hubiese triunfado el golpe, o para seguir otras órdenes. Confieso que, como muchos políticos y periodistas que habíamos defendido la democracia, denostado la dictadura y apostado por un futuro de concordia y libertad que garantizaba la joven Constitución, sentíamos inquietud, como la sufrían nuestras familias. Cuando a las 1:15 de la madrugada apareció en RTVE el Rey Juan Carlos I, con su uniforme de Capitán General y su enérgico mensaje, dando órdenes a las capitanías de defender el orden constitucional vigente, que respetaron por disciplina, respiramos aliviados, con la conciencia de haber asistido a un acto histórico donde un Rey había evitado que España volviese al infierno de la dictadura del que tanto trabajo había costado salir, tras dejar un rastro de sangre y lágrimas. Tras la liberación de los diputados, con la gallardía de Suárez, Gutiérrez Mellado o Carrillo, seguimos las manifestaciones multitudinarias celebradas en Granada y en toda España, a las que dediqué mi comentario del día 28, reflejando el triunfo de un pueblo gozoso de no haber perdido la libertad.
Los demócratas de entonces y de ahora no deben olvidar -y los jóvenes de hoy conocer- el significado del 23-F y el papel decisivo de Juan Carlos I. El pasado martes -aunque no estaba presente en el acto conmemorativo, por esas presuntas causas de oscuras ganancias y defraudación al fisco, que deben ser aclaradas-, su hijo Felipe VI sí tuvo el recuerdo merecido a su padre que posibilitó la pervivencia democrática. Faltaron a la cita los independentistas catalanes -que originaron un nuevo golpe de Estado, parado por la Justicia-, los nacionalistas vascos, gallegos, etc. Y el inefable Iglesias siguió comportándose como un vulgar ciudadano que tiene sus opiniones sobre la monarquía parlamentaria, los raperos que apoyan terrorismos, violencias y saqueos, capaz de compararlos con García Lorca, o intentar desprestigiar la democracia española que tiene, según él, exiliados y presos políticos. Cualquier parecido con un vicepresidente de Gobierno es pura coincidencia, sobre todo cuando se empeña en falsear la realidad histórica de un país.
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