Rosa de los vientos

Pilar Bensusan

bensusan@ugr.es

Ridículamente identitarios

El español es un idioma del que estamos muy orgullosas 535 millones de personas, querer relegarlo es ridículo y antinatural

La manipulación y el adoctrinamiento por parte de las autonomías erróneamente llamadas "nacionalidades históricas" -todos los territorios de España son igualmente históricos y no siempre han tenido los límites ahora impuestos-, no sólo se plasma en el falseamiento intencionado de nuestra Historia y en la creación de falsos mitos, héroes de falsas patrias, sino que son más perversos todavía.

Y es que en ese afán diferenciador y excluyente se emplean los gobernantes de las autonomías VIP para desunir y fracturar al pueblo español en lo que esté en sus manos -divide y vencerás-, siendo una de sus prioridades inventarse pronunciaciones del lenguaje para que se les entienda lo menos posible por el resto de los españoles.

Llama la atención el ansia de los catalanes independentistas por deformar la pronunciación del catalán para marcar mayores diferencias con el castellano, cuando paradójicamente catalán significa castellano. Toda la vida se ha dicho "mossos", pero ahora son "mossus", "procés" ahora es "prusas", "consellería" es "cunsallería" u "organizar" es "urganitzar". Lo que también han trasladado a la forma de escribir, véase "jo" por "yo", o "setmana" por "semana".

El caso es parecerse lo menos posible al idioma madre, porque una raza superior también conlleva un idioma superior, no hay más que ver a Torra y a Puigdemont…

Pero este afán ridículamente identitario no acaba en Cataluña, en el País Vasco ocurre otro tanto de lo mismo, con el añadido de un idioma arcaico, distinto en cada valle, que adopta gran parte de vocablos castellanos en un extraño intento de recuperar un idioma casi muerto llamado euskera batua, en donde "auto" es "autoa", "taberna de barrio" es "herriko taberna", "presos" es "presoak", "ambulancia" es "ambulantzia", "funcionamiento" es "funtzionamendua", o "Pachi" es "Patxi". El caso es señalarse como diferente, aunque sea ridículo y artificial.

Y Andalucía no iba a ser menos, aquí la identidad consiste en aspirar las más haches posibles, así "harina" es "jarina" o "había" es "jabía", sesear lo máximo que se pueda, o hacer un esfuerzo por saltarse consonantes, como "so" en vez de "sol", o "libertá" en vez de "libertad", cuando por estos lares se construye muy bien el castellano. Y es que incluso hay quien habla de la existencia del idioma andalú.

El castellano o español -es lo mismo- es un idioma del que estamos muy orgullosas 535 millones de personas, querer relegarlo en pro de diferencias de laboratorio resulta ridículo y antinatural.

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