RECONOZCO que ahora me cuesta un poco más reírme, y no es exactamente que no pueda, sino solo que me cuesta más y que no me suele asaltar la risa con la facilidad con que lo hacía antes, que en cualquier momento se me venía encima con el descaro franco y familiar de quien sabe que será mil veces bienvenido. Ahora me rio un poco menos y como crecí convencido de sus virtudes terapéuticas, ya saben; "...me río porque la risa es salud, lanza de mi poderío, coraza de mi virtud,...", he decidido visitar a mi siquiatra de cabecera que, por cierto, sigue sin dejarme utilizar el famoso diván desde que le conté que por las noches duermo mal. Me ha dicho que por muy preocupante que sea el asunto de la risa, no sólo me ocurre a mí, que tampoco ella se ríe demasiado en estos últimos tiempos y que, en realidad, es una extraña epidemia que se ha extendido por la ciudad de una forma un tanto caprichosa; hay quienes incluso se ríen más que antes, a pesar de que haya muchos que, como yo, riamos bastante menos. Hasta la fecha, dice, no sólo no hay ningún virus identificado como responsable del asunto, sino que tampoco hay tratamiento que no haya ido más allá de algún experimento chapucero de dudosa eficacia. Simplemente es así; la gente cada día se ríe menos.

Dice también que, consultado el problema con colegas de otras ciudades cercanas y lejanas y, al margen de constatar que viene a ser un fenómeno extendido, sólo han encontrado una teoría explicativa más o menos coherente del investigador ruso-argentino de la Universidad de Tel Aviv, Shlomo Zimmerman.

A este sicosociólogo le llamó la atención que, durante los últimos bombardeos de Gaza, cuanto menos se reían los palestinos, más se reían los israelíes, y tras esta lúcida observación, que como todos ustedes saben, es la primera fase de un proceso científico, se dedicó a repetir el experimento manteniendo o variando ligeramente las condiciones en las que lo desarrollaba, confirmando que la risa, en general, también tiene su karma y que cuanto más jodidos van unos, más se ríen otros.

En situaciones más o menos normales este desequilibrio suele pasar más o menos desapercibido, pero cuando alguien abusa; claro, empieza a notarse más de la cuenta.

En España al parecer el abuso es de órdago a pares y una poco disimulada carcajada de magnitud homérica nos está dejando sin risa a los demás. Lo único que nos puede salvar es que la carcajada es de fácil localización. Se ríen hasta el descojone, por ejemplo, los de Bankia y Caja Madrid con las tarjetas, se ríen los negociantes de la sanidad privada frente al ébola y los de las eléctricas frente a las facturas, los miembros del gobierno y muchos más ríen y ríen y, por eso, los demás cada vez reímos menos.

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