Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Rusia sin McDonald's

Los efectos de las guerras hoy son mundiales, y no sólo sobre el mercado energético

Los Decía la chirigota: "Soy un árbitro, casero, me muero por una mesa de camilla y una pizza familiar". No sólo los más jóvenes, pero sobre todo ellos, sienten una irresistible fascinación por un pedido a domicilio, incluso si tienen gloria bendita en las neveras de sus casas. Que suene el telefonillo sabiendo que es el repartidor debe tener un efecto pavloniano y hasta erótico: papilas gustativas humedecidas de repente, salto del sofá o abandono de la leonera, la pereza y la desidia del sábado o domingo olvidadas un ratito de alta excitación para proceder a desempaquetar, preparar una bandeja y acomodarse frente a la tele con Aquí no hay quien viva u otra serie superprefe, o Masterchef -ese estresante programa de cocina donde no se ve cómo diantres cocina nadie-. Los días de partido en la tele hay que contar con una demora en la entrega, y los localizadores de móvil nos permiten seguir en directo el trayecto del motorista como si fuéramos a lanzarle un misil. Hasta en pueblos de pocos miles de habitantes, la pandemia y el juego de la competencia han empujado a la comida a domicilio, la versión vaga del pedido para llevar. El encierro y el distanciamiento por el coronavirus obraron en bares y restaurantes daños mayores -hasta llegar a cerrar- y menores -dar más servicio por menos-, pero también comodidades como el orden operativo que impone la reserva ya obligada, a la que algunos establecimientos se han hecho adictos. Te dirán como alucinados, clavando su pupila en tu mirar: "¿Qué no tiene usted reserva? Qué va, caballero, qué va".

En la parte mundializada de la industria de la comida basura -que es mayoritaria en el pedido a domicilio-, el emporio McDonald's castigó a la invasora Rusia cerrando allí sus 847 restaurantes y, como la guerra y las sanciones no van para corto, ahora ha decidido marcharse definitivamente de allí. Esto le costará un daño emergente de unos 1.300 millones y un lucro cesante de cuantía seguro descomunal. Es sabido que la red de locales estadounidense no sólo es una multinacional de dimensiones fabulosas, sino que sirve hasta para comparar el poder adquisitivo entre países con el llamado Indice Big Mac. No sé qué van a hacer a partir de ahora los sábados y domingos por la noche los mcdonaldianos rusos. Quizá, deprimidos y abandonados, darse al vodka. Pero valga este apunte de menor cuantía -más que menor, concreto- para darnos cuenta de los efectos tremendos que una guerra más o menos localizada tiene en la que antes llamábamos aldea global. Hay en juego mucho más que gas.

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