La Rayuela

Lola Quero

lolaquero@granadahoy.com

Rusia ya nos ha invadido

Putin y quienes pretenden desestabilizar las democracias nos inoculan el virus de la desconfianza en el sistema

En la madrugada del jueves pasado llegaba la temida noticia: Estalla la guerra en Ucrania. Rusia lanzaba una operación militar y bombardeaba varias ciudades para ocupar el territorio de ese país. De nuevo una invasión en suelo europeo (como otras a las que la comunidad internacional apenas prestó atención). No nos engañemos, más que el derecho soberano de Ucrania, nuestro principal temor es que las repercusiones de esta contienda se puedan sentir en el entorno más cercano y nos vienen a la cabeza los sueños imperialistas de algunos dirigentes del siglo pasado, que empezaron por Polonia y además esgrimían su derecho sobre determinados territorios por razones históricas (su historia) o de raza. El presidente ucraniano ya lo ha llegado a advertir sin tapujos: ojo, que son como los nazis.

A las pocas horas de la primera noticia de la guerra, esa mañana del jueves, asistía en la Facultad de Comunicación a una reunión sobre periodismo, junto a otros responsables de medios de Andalucía oriental, para contar nuestras experiencias e ideas de futuro a un público compuesto sobre todo por estudiantes. Ahí descubrí que Rusia ya nos había invadido. Y al decir Rusia no me refiero a ese extraordinaria nación, que he tenido oportunidad de conocer (mucho menos de lo que quisiera) y en la que he podido comprobar que hay muchas personas que viven angustiadas por la falta de libertades y son muy críticas con sus dirigentes. Pero sin decirlo en alto.

Ese concepto de la Rusia invasora al que me refiero es el de una autocracia empeñada en desestabilizar los sistemas democráticos occidentales que, con todos sus defectos, tienen la libertad como valor fundamental sobre el que se sustentan los derechos. Con su ejército de hackers, Putin y cualquier estado o poder que libre esta guerra en el mismo bando ya nos ha invadido. Y además, lo más paradójico, es que utilizan las rendijas que les da nuestra libertad para tratar de quitárnosla.

Tras una charla larga y quizás aburrida para los jóvenes presentes sobre periodismo, una alumna pidió la palabra para preguntarnos por qué creíamos nosotros que la mayoría de las personas de su edad confiaban más en las redes sociales que en los medios de comunicación. Se hizo un silencio. Palabras desoladoras. Y eso se producía la misma mañana en la que se propagaban alertas sobre la difusión de vídeos y mensajes falsos en redes relativos a la guerra.

Antes de responder, le repregunté cuáles eran los motivos en los que sustentaba esa confianza en la selva de internet. Y vino a esgrimir la pureza del relato. Es decir que, a su juicio, lo que le pasaba a la gente y sus opiniones estaban ahí para ser vistos de primera mano, sin el turbio (esto lo deduzco yo de sus palabras) filtro de los medios.

Algunos de los miembros de la mesa le argumentamos que ese filtro que nosotros ponemos, más o menos acertado, pero con criterio profesional, es imprescindible, hoy más que nunca, porque en las redes es difícil comprobar la veracidad de un relato y porque podemos caer en brazos del populismo. Además, en esa jungla hay muchos disfraces. ¿Conocemos al que escribe en Twitter? ¿Y si ni siquiera es una persona? ¿Quién dirige esos mensajes? ¿Siguen una estrategia opaca y oculta? Los medios tienen líneas editoriales, pero están sobre la mesa. A poco que abundes los conoces. No son bots dirigidos a miles de kilómetros por estados que precisamente buscan eso, insertar en la población la idea de la desconfianza en su sistema, y esto incluye a los medios de comunicación y los periodistas. Aquellos sin los que, como dijo el compañero Gabino García, "no habrá nunca libertad".

Estamos muy cuestionados, sobre todo por los más jóvenes, y eso en parte es muy positivo porque nos obliga a reaccionar y a tratar de ser mejores, pero lo que me enciende la luz de alarma es la paradójica fe ciega en otros mensajes que parecen de confianza porque están ahí, en nuestras pantallas, en esas redes que son como de la familia. Pero esas ideas pueden ser armas de destrucción masiva de una sociedad que aspira a ser libre, porque siembran la desconfianza hacia sus instituciones y su cuarto poder, que es el gran mecanismo de control. La historia ha demostrado que cuanto más débil es ese cuarto contrapeso, más fuertes e impunes son los que buscan un poder absoluto. Lo peor es que creo que la alumna no acabó convencida.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios