Rutina invariable

Dos hechos que diría que son de los de siempre, de esos que invariablemente hemos visto como normales

Era octubre de 2014 cuando escribía por vez primera esta columna y la dedicaba a un triunfo del deporte femenino; triunfo que era recogido levemente por la prensa nacional. Me interrogaba por las razones del escaso impacto que tenían esos triunfos en comparación al bombo y boato que se le dedicaba al deporte masculino. Era hace, casi, ocho años. Llover, llover no ha llovido mucho, y últimamente aún menos, pero no cabe duda que en esos años la presencia del deporte femenino ha ganado enteros; aunque poco a poco, y a mí entender imitando ciertas características de lo masculino que no deberían imitarse. Se ha avanzado, no me cabe duda.

En los últimos días, fruto del azar cotidiano, he presenciado dos hechos que podríamos denominar como rutinarios. Diría que hechos de los de siempre, de esos que invariablemente hemos visto como normales, de esas cosas que decimos deben ser así.

Asistía a la representación de un ballet clásico, lo más clásico. Era la Bella Durmiente, esa que es besada por el príncipe y se despierta. El patio de butacas estaba lleno de familias, familias que al parecer solo tenían hijas; niñas de corta edad que en el intermedio saltaban imitando a las bailarinas que, minutos antes, habían danzando con sus tutús. No vi, o mis ojos no vieron, a ningún chaval imitando al malvado brujo o al aspirante a príncipe. Una niña, una fila detrás, había exclamado, con sonrojo para el padre, que la bailarina que encarnaba a Aurora, la bella durmiente, era de pelo moreno. Eso no podía ser, la princesa es rubia. Bueno, luego en el segundo acto, si tenía una peluca blanca. La normalidad de Disney recuperada, alivio.

Poco después contemplo un patio de colegio donde los niños de infantil y primeros años de primaria corren, con y sin mascarilla, y van disfrazados para el carnaval que se avecina. Parece que en el colegio están celebrando la fiesta. Desconozco si hubo instrucciones o sugerencias por parte del colegio para los atuendos. En todo caso, los disfraces eran algo monótonos. Los niños parecían guerreros medievales, esgrimían sus espadas y peleaban entre ellos. Eso sí, creo que no había infieles; casi todos eran cruzados. Las niñas eran más variadas en sus vestidos, muy variadas en colores, tocados y ornamentos, pero todas con aspecto de princesas medievales, barrocas y alguna post-moderna, pero princesas.

Reconozco que si no tuviera una hija quizás no me habría fijado en esas cosas rutinarias y no me preguntaría si realmente lo invariable es invariable. Vale.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios