La chauna

José Torrente

torrente.j@gmail.com

Saber irse

Sebastián Pérez deja al PP en esa posición de ente prescindible para los electores, la peor noticia que puede ofrecer hoy un partido

A la dignidad de una dimisión no se la debe de avergonzar con una suma de pequeños deshonores tras el fiasco. Esos que provocan el orgullo herido, la frustración personal o la derrota que cambia moqueta por barro. Cuando te atan al poder las hidras de la soberbia se suele confundir la mirada; y disgusta ver que soltarse de una vez es cerrar la puerta de los cielos. Saber irse es lo más difícil de la política. Nadie está preparado jamás para abandonar voluntariamente el paraíso.

El primer error comienza cuando sólo se buscan culpables más allá del metro escaso que abarcan los pasos propios. Creerse imprescindible es querer hallar fuera del propio dominio a la culpa. Cuando uno viene de esa nube a la que lo suben fútiles loores interesados, pierde la perspectiva, no acaba de ubicarse en el lugar que permita ver bien la realidad, especialmente cuando se apaga su brillo. Y se confunde la posición de la debida y constructiva culpa con ese tocomocho por el que primero es el huevo y después la gallina. Es la ceguera de no saber irse a tiempo.

Sebastián Pérez inventa el nuevo fuero del líder en decadencia para disimular la derrota declarando la victoria tras perder las elecciones. Y lo invade la falta de humildad, tras no ser investido, delegando el turno de palabra, obligando a improvisar a quien no le tocaba usarla. Ofuscado, no da explicaciones a quienes se deben aún, porque le ofende que el distinguido collar no reposara en sus hombros. Abandona al silencio al partido que preside, justo cuando éste más necesita ofrecer palabras a quienes lo votaron. Deja solos a los que le acompañaron antes, exponiéndose, sin su presencia, al público y democrático ejercicio de dar la cara, mientras el líder destronado se esconde en sus soberbias y misterios. Coletazos de un vengador resentido exhibiendo impúdico la pérdida de su auctoritas.

Someter todo al único interés de la propia ambición personal es confundir objetivos. Sebastián Pérez deja al PP en esa posición de ente prescindible para los electores, que es la peor noticia que puede ofrecer hoy un partido. La obsesión personal es culpable de rebajar el prestigio de la organización hasta el límite de lo insoportable. Ver enemigos por doquier es razón suficiente para entender que hay un espejismo que lo confunde. Saber irse, con humildad, como él exige a los demás, es aceptar que un río de necesaria agua fresca riegue los yermos campos electorales del PP, tras crasos errores de sus otrora héroes.

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