El penoso espectáculo que dieron en La Sexta los candidatos a la presidencia de la Comunidad de Madrid se asemejó bastante a Sálvame: voces, interrupciones, improperios, banalidades. Solo la política catalana Ana Colau parece haber caído en la cuenta de que "el medio es el mensaje" y, en consecuencia, se ha salido del Twitter porque la red incita al odio y porque es aditiva. Ya en los sesenta, M. McLuhan, un profesor canadiense que llegaría a ser uno de los teóricos de la comunicación más importantes del mundo, lo adelantó: "Lo importante de un medio -o de una tecnología- no es el contenido, la información que transmite, sino el mismo medio como posibilitador y causante de unos patrones sociales específicos". Si Twitter es una herramienta tecnológica especializada en sembrar odio y en robarte tiempo para otras cosas, al final, poco importa lo que opines por ese medio. Aunque pretendas condensar todo el saber del mundo en los 280 caracteres de un tuit, tu mensaje, engullido por el medio, no dejara de ser percibido como uno más de los millones de fétidos bocinazos de desahogo y odio que circulan a diario por esa red. El formato Sálvame, y eso se vio en el abortado debate electoral del día 23, se ha tragado los discursos, las opiniones, los distingos, los matices y las propuestas de los candidatos. La algarabía fue tanta que, al final, lo único que oímos con claridad fueron gritos y dantescos trompetazos anales. La filosofa Hannah Arendt, que asistió como enviada especial del The New Yorker al juicio del criminal de guerra nazi A. Eichmann, fue poco comprendida por muchos lectores cuando propuso el concepto de la banalidad del mal. El que quiso interpretó que estaba banalizando el horror del Holocausto. ¡Error! Lo que le parecía horrible es que crímenes tan horrendos los hubieran perpetrado funcionarios corrientes, tan banales como el propio Eichman. Lo tremendo del espectáculo de la otra noche es que los candidatos, atrapados por el fútil formato de Sálvame, banalizasen unas amenazas de muerte y convirtieran el acto electoral en algo muy parecido a las peleas de Rociito y Antonio David. Sus mensajes no consiguieron romper la jaula de hierro del medio y fueron percibidos como una pelea montada para ganar el dinero y el poder que dan los votos. La democracia, esa noche, encalló, si es que no se fue al garete.
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